“Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos”. (Lucas 23:33-34 LBLA)
Cuando pensamos en la persona con la que nos gustaría compartir nuestra vida, pensamos en alguien que reúna ciertas características que consideramos importantes, algunas no son negociables porque decimos, si no tiene esto no podría convivir con alguien que fuese distinto porque así lo necesito. Por supuesto, esperamos que sea lo mejor, o si ya conocemos a alguien que nos agrada ponemos especial énfasis en sus cualidades y ocultamos uno que otro defecto que hemos percibido en esta persona.
Con Jesús, el Hijo de Dios, las cosas son diferentes, para el no hubo condiciones a la hora de amarnos y aun en nuestra peor condición, arropados con toda la inmundicia del mundo, de nuestro carácter dominado por la naturaleza pecaminosa, nuestros deseos tan lejanos de él, sin embargo, sin ninguna condición él nos recibió como si fuéramos su más preciosa adquisición.
Romanos 5:8 LBLA nos dice: “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
Y como si fuera poco, desde el momento más duro de su vida terrenal, enfrentando lo peor de una sociedad que lo rechazó, enfrentando lo más duro de toda su vida, la ausencia del Padre por nuestro pecado, allí estaba él, amándonos e intercediendo, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, porque sus ojos no estaban en aquellos que estaban ahí a sus pies burlándose y rifando sus vestidos, Jesús estaba viendo las multitudes, millones y millones de personas que un día mirarían ese momento con fe rindiendo su corazón al Rey.
Jesús estaba viendo el hoy, tu vida transformada, tu servicio y tu adoración y estaba diciendo, ¡vale la pena! Él estaba viendo este momento en el que con un corazón sincero le estás buscando y eso, lo llenó de fortaleza para dar hasta su último aliento.
Es un día para dar gracias por el amor de Jesús, Su amor incondicional y sin reservas, lleno de misericordia. No hay ni habrá nada que podamos hacer, que sea suficiente para mostrarle nuestra gratitud por su obra redentora. Ríndete hoy ante la muestra más grande de amor que alguien puede darte, la Cruz, y déjate seducir por Jesús, no hay ni habrá nadie que te ame con un amor puro, sincero e incondicional como el suyo.
“Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?” (Deuteronomio 10:12 LBLA)
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (KMR)
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