“Entonces Jonás comenzó a recorrer la ciudad camino de un día, y proclamaba: Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.” (Jonás 3:4 NBLA)
La palabra de Dios sobre la ciudad de Nínive era clara, se les acabó su tiempo y ha llegado el fin, van a ser destruidos o arrasados por el juicio del Señor, “porque ha subido su maldad delante de mi” (Jonás 1:2). Esa maldad que caracterizaba la conducta de este pueblo, fue la causante de las heridas en el corazón de Jonás, su principal motivación para querer huir de la presencia de Dios y de su más grande horror: que el pueblo sanguinario que aborrecía con todas sus fuerzas fuera perdonado. Aún los estudios arqueológicos realizados durante el siglo diecinueve, mencionan hallazgos de leones con cabezas humanas, entre otros, que reflejan las atrocidades que cometían los ninivitas con los esclavos y sus cuerpos, que exhibían para mostrar su poderío y poder de conquista.
Arrasar significa: arruinar y destruir por completo algo, de manera que NO QUEDE NADA en pie, así como sucedió con Sodoma y Gomorra. Pero esta palabra también se puede utilizar para hacer referencia a la TRANSFORMACIÓN de algo, de tal forma que es mudado, cambiado en su opuesto (1 Samuel 10:9). Entendiendo esto, podemos ver que el libro de Jonás tiene grandes tintes de una perfecta sátira, dado que pone en evidencia las debilidades y el carácter de un siervo de Dios para mostrar cómo la extravagante misericordia de Jehová está por encima de la maldad extrema de los hombres si existe VERDADERO ARREPENTIMIENTO en su corazón. La salvación de más de ciento veinte mil personas sobrepasó el juicio por su maldad, el amor por encima de la maldad.
La última palabra del corto sermón de Jonás fue el inicio de la transformación de este pueblo. Nínive si fue arrasada, la palabra de Dios se cumplió, pero no como se suponía, por lo menos con esa generación, la maldad en el corazón del pueblo de Nínive ¡fue arrasada por la misericordia de Dios! Fue tal la conmoción por el corto mensaje de este profeta que, desde el más pequeño hasta el más grande (su rey) e inclusive los animales fueron motivados a CLAMAR y convertirse de su mal camino y de toda la violencia que manchaba sus manos.
¡Quién sabe! Quizá Dios se vuelva, se arrepienta y aparte el ardor de Su ira, y no perezcamos. Cuando Dios vio sus acciones, que se habían apartado de su mal camino, entonces Dios se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.” (Jonás 3:9-10 NBLA)
Sin embargo, por encima del odio y frustración de Jonás, estaba el carácter compasivo del Señor con estas personas malvadas. Realmente, la misericordia de Dios sobrepasa la razón humana. El libro de Jonás nos envía un tremendo mensaje, ¿estamos dispuestos a amar a nuestro peor enemigo, a aquellos que realmente nos han hecho sufrir? Tenemos un contraste entre la historia de Jonás y Nínive:
No hay pecado que la sangre de Jesús no cubra, no hay maldad que pueda superar el amor de Dios ante un corazón contrito y humillado. Si esto aprendemos de Jesús, lección que Jonás no pudo superar, ¿qué estamos esperando para perdonar? O pretendemos seguir obstinados en nuestra indignación, si es así, Jonás necesitó un gran pez para “morir” en su estómago y ser vomitado en Nínive, el lugar donde debía cumplir el propósito de Dios. ¿Qué “gran pez” necesitamos nosotros para morir a nuestra necedad y rendirnos al propósito de Dios, aunque eso represente “bendecir a quienes nos maldicen”?
Nuestras frustraciones y falta de sanidad interior son un obstáculo para ser usados por el Espíritu de Dios con libertad; es decir, fluir (hacerlo con espontaneidad) en Su fruto y los dones. Oremos, que no necesitemos ser “vomitados” para llegar a cumplir el propósito de Dios, sino que seamos movidos en arrepentimiento a humillarnos ante El para ser usados, así sea para hablar lo que no queremos y a quien no es de nuestro afecto, pero que nuestra bandera sea mostrar el amor de Dios y hacer Su voluntad.
2021 Año del Propósito de Dios – Casa de Refugio (KMR)
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