“Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar. 2 Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina: 3 Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; 4 y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron” (Marcos 4:1-4 RVR1960)
“Un terreno bueno para la siembra”, lo escuché entre otras cosas de un campesino amigo a quien admiré mucho, es aquel donde la “tierra se halla suelta,” con pequeñas hendiduras que le permiten al agua impregnar sus más recónditas profundidades, llevando consigo los nutrientes que la hacen fértil. Concluyendo al respecto mi amigo y labriego con esta frase: “Si la tierra no permite que el agua la impregne; estéril siempre será…”
Si nos detenemos a analizar los terrenos donde se asientan los caminos, estos no son más que áreas comunes de tierra altamente endurecidas, a razón del trajín de los animales y personas que hacen uso de estas sendas para ir de un lugar a otro; no son tierra suelta que se deja impregnar como mencionaba el labriego, son superficies estériles donde los transeúntes se asientan a recobrar las fuerzas dejadas en el camino descargando sobre estas sus pesadas cargas, endureciendo cada vez más la tierra. Por esta razón, la posibilidad de que una semilla abandonada junto al camino pueda penetrar la tierra a la espera de dar fruto se torna en una eventualidad prácticamente imposible.
Con nuestro corazón pasa lo mismo, un corazón endurecido por las inclemencias del camino se resiste a que la palabra de Dios penetre y fecunde en su interior esa semilla que da vida eterna, haciendo de éste un lugar hostil y sin esperanza como el que hallamos junto al camino. Este tiempo, es un tiempo propicio para meditar sobre el estado de nuestro corazón ¿está este endurecido? podemos percibir que se encuentra así cuando por más que dispersada la semilla de la palabra de Dios y nos sean reiteradas las promesas de Jesús, no logramos que éstas lleguen al lugar donde puedan germinar, no podemos aferrarnos a ellas; no podemos creerlas: y al ver el enemigo que esta semilla (palabra) quedó expuesta en la superficie; manda aves para que las devoren: “…enseguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones”. (Marcos 4:15b RVR1960).
El buen sembrador prepara muy bien el terreno y en el momento propicio ara la tierra; removiendo su capa superficial en surcos restándole así dureza, luego muy acertadamente abre un hoyo en la parte superior de la hendidura lugar donde finalmente deposita y cubre las semillas protegiéndolas de las aves, para que cuando inicie la temporada de lluvias el agua pueda penetrar y nutrir profundamente las raíces de su anhelada cosecha trayendo el alimento que da vida a muchos.
Hoy la palabra de Dios nos invita a preparar el terreno de nuestro corazón y para ello es necesario “ararlo”, obra que solo el Espíritu Santo puede hacer permitiéndole a Él que renueve su capa exterior y la suavice, que saque a la luz aquello que nos duele hasta evidenciar sus surcos y así la semilla sembrada y cubierta previamente germine y nos hidrate, nos sane, nos restaure desde nuestro corazón hasta el resto de nuestro ser, produciendo fe y con el tiempo una exuberante cosecha de Amor, fruto del Espíritu que alimenta a muchos en lo espiritual, tal como sucede en lo natural con la cosecha del buen sembrador en el campo, la cual alimenta a todos los que poblamos este planeta.
FJCG – Casa de Refugio
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