“Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.” (Marcos 4:5-6 RVR1960)
En este aparte de la Palabra, el Señor menciona un escenario cultivable donde no había mucha tierra a efecto del espacio reclamado por los pedregales, generando una capa poco profunda que imposibilita que las plantas echen raíces y crezcan, pues se ha comprobado que el reino vegetal necesita para enraizar, el mismo espacio que sus plántulas ostentan en la superficie; en otras palabras: las plantas crecen hacia arriba tan profundo como sus raíces puedan hacerlo hacia abajo, por lo tanto, es un crecimiento profundo inalcanzable en un ambiente hostil como el de un pedregal.
Ahora, un conjunto de piedras apiñadas aísla, sin lugar a duda, la capa exterior de tierra con su realidad profunda, permitiendo que la vida que allí se inicia sucumba tan rápido como su escasez de tierra lo permita, dado a que si las raíces de los nacientes brotes enfrentan el destierro de los pedregales; estos jamás alcanzaran la madurez necesaria para enfrentar un clima recio, pereciendo así ante la inclemencia del sol y del ambiente.
Con nuestro corazón pasa lo mismo, en ocasiones hemos permitido que piedras tomen un lugar preminente en nuestra vida, por lo que, aunque hay cierta disposición en algunas áreas para el gobierno de la palabra de Dios y en principio nuestro ser se halle dispuesto a ser fecundado, tan pronto como esta intenta penetrar profundo y tomar el control de nuestro ser choca con la estrechez de un corazón repleto planes, propósitos propios y de autodeterminación al margen de los que Jesús desea, de tal manera que su luz y el Sol de Justicia no resplandecerá jamás, impidiendo que los propósitos de Dios sean cimentados en nuestro corazón; de tal manera que, lo que fue victorioso al comienzo se torna en un marchitado intento no prosperado.
Es por esto que, nuestro Padre Celestial nos exhorta a estar dispuestos a que el Espíritu Santo despoje las piedras que obstruyen el gobierno de Dios en nuestra vida, a limpiar nuestro corazón de todo aquello que haya tomado el lugar de Cristo, nuestras idolatrías e intenciones escondidas, para así disponer de un corazón afable a los designios de nuestro Señor, no solo en su parte externa o en apariencia, más sí en su realidad profunda; así, la semilla del cielo pueda germinar realmente de tal forma que las aflicciones, las tribulaciones y dolores propios del mundo no ahoguen la semilla, sino que la palabra de Dios inspire cada uno de nuestros pensamientos y desde nuestras profundidades nos aferremos a ella y a su propósito, fluyendo desde nuestra voluntad el honrar su amor y sus designios, siendo hacedores de la buena, perfecta y agradable voluntad de Dios, como un estilo de vida renovado y espontaneo.
FJCG – Casa de Refugio
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