“Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto’’.
MARCOS 4:7. RVR1960
En esta parte del capítulo 4 de Marcos el autor manifiesta un nuevo escenario, uno desértico para la ocasión, e inferimos esto dado que las plantas con espinas abundan solitarias en áridos parajes; entornos donde la escasez del líquido ha permitido que estos arbustos transformen sus hojas en espinas disminuyendo el área donde el sol pueda desecar sus hojas, buscando conservar eficientemente la poca agua contenida en su interior.
Las plantas del desierto son una adaptación especial de la naturaleza: la existencia de espinos en vez de hojas, sujetos a la escasez de lluvia, la radiación extrema de luz en el día y el frío insoportable en las noches que genera la ausencia de capa vegetal entre otras desavenencias, hacen que estas plantas sean implacables y oportunistas, unos forajidos del desierto en el buen sentido de la palabra, que ahogan todo a su alrededor en su búsqueda incesante de líquido.
Así mismo, los afanes de este mundo, sus prioridades, sus métodos, sus estándares entre otros, vienen a ser esos espinos que hacen que el fruto de la palabra de Dios se ahogue en medio de las angustias y aflicciones del día a día, las fuerzas nos son mermadas y el corazón herido por espinos, cuando permitimos que la ansiedad tome el control de nuestra vida, evitando que produzcamos el fruto al cual estamos llamados; es tiempo de alejarse de ese punzante peligro, obedeciendo la palabra cuando dice: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” 1 de Pedro 5:7.
Una planta jamás podrá dar fruto al lado de un espino, a no ser que sea uno de éstos y cosechen el mismo fruto; El semillero de nuestra vida no dará fruto anhelado si sembramos en una tierra colonizada por ellos, es preciso que nos alejemos de la mundanalidad, porque
“Es verdad que vivimos en este mundo, pero no actuamos como todo el mundo” 2 de Corintios 10:3; es tiempo de aceptar que la comunión con el mundo hostil es enemistad con Dios, por lo cual no podremos ser esos pámpanos que llevan fruto y mucho menos si permanecemos entre plantas del desierto.
Hermanos, es preciso guardar nuestro corazón, protegiendo nuestros oídos de pretensiones espinosas y malintencionadas; dejar de atender a consejos y procederes impregnados de temor y odio, pues solo escucharlos contamina nuestro ser de punzantes espinas que atormentan nuestra alma. Es tiempo de hacer oídos sordos al consejo extraño y de alejarnos de los azotes del temor, preparando un terreno donde el Amor de Dios prevalezca, maravilloso fruto capaz de echar fuera el temor y la escases de nuestras vidas.
Devocionales Refúgiate en su Palabra – Casa de Refugio FJCG
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