Mateo 3:16-17 RVR1960: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”
En este pasaje la Biblia nos muestra cuán complacido estaba el Padre con la obediencia de su Hijo Jesús, quien gustoso se fue a bautizar en aguas para identificarse con las personas que habían ido al río Jordán a sumergirse para dejar la vieja naturaleza y abrazar un nuevo nacimiento. Aunque Jesús no tenía pecado ni una vieja naturaleza, era necesario cumplir toda justicia e identificarse con el pecador.
Esta actitud obediente de Jesús para iniciar su ministerio como Hombre en la tierra, marcaba su nueva temporada llena del poder del Espíritu Santo y la plena aprobación del Padre, actitud que sería de ejemplo para toda la humanidad, revelando la esencia amorosa del Padre y la complacencia con Su Amado Hijo. La clave de esa obediencia no se basó en que Jesús simplemente hacía lo que decía El Padre y ya, no, hay un profundo trasfondo de amor, de estrecha relación entre El Padre y el Hijo.
La Biblia nos muestra en Juan 5:19-20 lo siguiente “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis.”
Podemos ver que Jesús hacía lo que El Padre le mostraba y sobre todo, por la relación de amor existente entre ellos. Muchas veces queremos agradar a Dios basados en una lista de requisitos, de buenas obras, y hacer el bien, pero la relación con nuestra Padre Celestial no debe fundamentarse en obras, sino en una profunda y estrecha relación de amor. Gracias a ese amor, lo conocemos, somos motivados a obedecerle y servirle, a compartir todo con Él, en la intimidad de su amor nos mostrará qué hacer y entonces lo haremos de la mejor manera, porque lo haremos inspirados y llenos del amor de Dios.
Dios quiere nuestro corazón, porque quien ama cree, quien cree tiene fe, y quien tiene no sólo podrá hacer las cosas que Jesús hizo, sino también que será salvo. Si amamos a Dios, entonces nuestra motivación para obedecerlo no consistirá en completar un check list de buenas obras para mostrar, estaremos inspirados en amor, lo haremos bien, seremos obedientes y allí vendrá esa complacencia del Padre con nosotros, y también podremos percibir mejor su amor.
Amemos a Dios y recibamos su amor, allí tendremos la mejor llenura y aprobación posibles, la que nos da El Padre Celestial, de esta manera no buscaremos la aprobación en lugares o personas equivocadas.
De corazón a corazón, así debe ser nuestra unidad con El Señor.
Devocionales Refúgiate en su palabra, Casa de Refugio – JENM
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