Lucas 15:20-24 NBLA: “Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: “Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; póngale un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este es hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a regocijarse.”
Jesús era un hombre que amaba compartir con la gente sin hacer excepción. Los grandes líderes religiosos de su época ministerial, instruidos en la ley de Dios, figuras de autoridad para guiar al pueblo, se apartaron del sentido verdadero que acompañaba la historia del pueblo de Israel con Moisés y los patriarcas: el amor misericordioso de Dios con su pueblo a pesar de sus transgresiones y rebelión. La letra llenó sus mentes, pero nunca bajó a su corazón, tanto así, que su ego les impedía compartir con los más necesitados del amor de Dios, quienes ya sufrían el rechazo del resto de la sociedad.
Los recaudadores de impuestos y las mujeres de la vida ilegal, fueron el punto que desencadenó críticas y murmuraciones en contra de Jesús, quien nunca les negó su compañía y mucho menos su mensaje de amor. Quizá hoy señalemos la mala actitud de los fariseos y escribas de aquella época, pero puedo afirmar con plena certeza, que llegamos a ser peores que ellos porque teniendo el mensaje completo, Antiguo y Nuevo Testamento, siendo conocedores del Nuevo Pacto en Cristo, hemos armado de la iglesia un club social donde se “reserva el derecho de admisión” y para ser partícipes de las actividades del cuerpo de Cristo, es necesario mantener en la cuenta varias cifras a la derecha, vestir a la moda y mantener cierto status para no ser menospreciados por tan distinguido grupo espiritual.
Sin embargo, ante la actitud de desprecio de los líderes, Jesús respondió no sólo con una, ni dos, sino con tres valiosas parábolas, entre ellas la que leemos hoy que trata del hijo pródigo (persona que desperdicia y malgasta todo su patrimonio sin medida ni razón). Y aunque son muchas las enseñanzas que se pueden aprender de este poderoso mensaje de Jesús, hoy resaltamos la ACTITUD DEL PADRE al volver a ver su hijo que se había perdido.
Lo primero que podemos resaltar es que el amor del Padre respeta el libre albedrío. A pesar de que tomemos decisiones motivadas y dirigidas por los deseos de la carne, Dios permite que tomemos el camino de nuestra voluntad para que a través de Su disciplina volvamos a él. Por supuesto no era la voluntad del Padre que su hijo sufriera, que llegara hasta el momento de tener que apacentar los cerdos y desear su comida para “volver en sí”, ese fue el resultado de su decisión.
Segundo, cuando somos movidos al arrepentimiento verdadero “he pecado contra el cielo y ante ti, ya no soy digno…” el amor del Padre nos mira y siente misericordia, compasión de nosotros, somos dignos de una nueva oportunidad. No importa cuán grande sea nuestro pecado, a través de Cristo podemos entrar a la presencia del Padre y encontrar gracia para cubrirnos de su perdón y amor redentor.
“Vengan ahora, y razonemos, dice el Señor, aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, como blanca lana quedarán.” (Isaías 1:18 NBLA)
Tercero, lo que logremos alcanzar bajo nuestros deseos, no es comparado con lo que el amor del Padre nos ofrece; verdadera identidad de hijos, restauración y vida eterna. Él tiene para nosotros “el mejor” vestido para lucirlo con su justicia y hacernos brillar: El Vestido de Su perdón.
Finalmente, el corazón del Padre se goza cuando volvemos a su lado. Hay una gran fiesta cuando en genuino arrepentimiento buscamos Su misericordia, Su amor restaura nuestro gozo en Él.
2021 Año del Propósito de Dios – Casa de Refugio (KMR)
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