Salmos 42:5-6 NTV: “¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios! Ahora estoy profundamente desalentado, pero me acordaré de ti, aun desde el lejano monte Hermón, donde nace el Jordán, desde la tierra del monte Mizar.”
Este es el primer capítulo del segundo libro de los Salmos, escrito por los hijos de Coré, levitas de la familia de Coat, quienes al parecer servían en el templo rindiendo adoración al Señor (2 Crónicas 20:19), y nos revelan con su actitud de gratitud, la misericordia que han recibido después de que su padre encabezara una rebelión junto con 250 líderes en contra de Moisés.
Las palabras de hoy son el reflejo de la lucha que podemos tener todos en algún momento, contra el desánimo y la depresión. Estas representan el desafío que tenemos por delante cuando las adversidades nos agobian y el desaliento parece ser nuestra única compañía. En estas circunstancias tenemos dos opciones, dejarnos vencer o elevar el espíritu para que gobierne sobre las emociones que por naturaleza, en nuestra humanidad, quieren sobreponerse.
Toda situación de tristeza o depresión en nuestra vida representa un gran desafío, o nos hundimos o salimos a flote. En esta porción de la palabra vemos que las preguntas que surgen desde lo profundo del alma no son para reprochar a Dios, no son para quejarse, sino para sacudirse invitando a la mente y a las emociones a poner las cosas en una balanza y decir, bueno, ¿es más grande lo que estoy sufriendo que lo que Dios ha hecho y puede hacer por mí?
Esta determinación para poner por encima de la oscuridad de nuestras emociones, la luz de fe respecto a lo que Dios hará sólo tiene una respuesta, que nuevamente, una y otra vez voy a alabarle. Como diría Danny Berrios, ¿estás llorando? ¡Alaba!, ¿estás sufriendo? ¡Alaba!, pues tu alabanza Él escuchará. No hay nada que haga sonreír más el corazón del Padre que darle gracias cuando menos lo queremos y cuando menos nos nace, cuando humanamente hablando, no tiene sentido dar gracias por nada porque todo esta oscuro, porque la tormenta arrecia, porque sentimos el mundo encima.
La firmeza de nuestra gratitud hará que el sentimiento de lejanía de la presencia de Dios acorte el camino y volvamos a sentirlo cerca. Cuando estamos desalentados, andamos muy lentamente, es como si pudiéramos ver la presencia de Dios en un monte muy alto, el cual realmente no tenemos las fuerzas suficientes para subir, pero cuando traemos a memoria a Jesús, y lo vemos allí camino de la cruz, sediento, herido, ensangrentado, todo por amor a nosotros, no nos queda otro camino que agradecer, y ese acto de gratitud, de alabanza por todo lo que ha hecho, actúa como las alas que necesitamos para subir ese monte gigantesco y llegar por fin a Él.
Quizás no ha sido la mejor semana, pero Dios quiere hoy que renovar tus fuerzas porque en Él hay respuesta. Toma un papel y lápiz, has memoria y escribe, ¿qué ha hecho él por ti? Así vas a encontrar que a pesar de tener razones para estar triste, hay muchas razones para tener esperanza, así que levanta esa hoja y di: “¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré”.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (KMR)
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