Oseas 2:14-16 RVR1960: “Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto. En aquel tiempo, dice Jehová, me llamarás Ishi, y nunca más me llamarás Baali.”
El desierto en el Antiguo Testamento fue descrito como: «grande y aterrador». Un lugar por el que los israelitas vagaron durante cuarenta años debido a una completa falta de confianza en Dios; Quien en Su soberana sabiduría, los condujo allí, los guardó con Su presencia y les dio provisión para cada día. La voluntad de Dios no es llevarnos al desierto para sufrir, “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jeremías 29:11 RVR1960)
El Señor nos lleva al desierto para seducirnos y hablarnos al corazón; enamorarnos, quitarnos todo aquello que nos distrae y no nos deja escuchar Su voz, como leíamos en el verso 15 de Oseas 2: “Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto.”
El valle de Acor hace referencia a un lugar de turbación o aflicción. Es el lugar que Dios permite en medio de la desobediencia de su pueblo para probar el corazón. La rebeldía es apenas la punta del iceberg, en el Valle de Acor Dios quiere moldearnos para que con un espíritu contrito y humillado podamos discernir nuestro pecado, lo confesemos y lo eliminemos de nuestra vida, por eso es una puerta de esperanza que nos lleva a cambiar y a santificarnos.
Esta puerta de esperanza nos lleva hacia una restauración completa, un estado mejor que en el que nos encontrábamos para llamarlo Ishi que en hebreo se traduce como “marido mío”, un término simbólico que expresa la relación ideal entre el Señor e Israel. Y nunca más llamarlo Baali (heb. Ba’alî, ‘mi señor’, ‘mi Baal’), nombre que el pueblo de Israel utilizó para referirse al Señor durante el tiempo de su infidelidad a él. El deseo de Dios para su pueblo y para nosotros es que tengamos una relación de intimidad, no basada en el temor y enfocada solamente en la obediencia que tiene un siervo frente a su amo. Nuestra restauración plena viene cuando entendemos que nuestra relación con Dios no se basa sólo en los compromisos hacia sus preceptos, no nos acercamos a él por temor a no ser castigados, sino porque su amor nos ha cautivado y encontramos en él todo nuestro deleite.
Tenemos un pacto eterno con Dios. La generación que nació en el desierto fue la que entró a Canaán, lo que nace en el desierto es lo que entra a la tierra prometida. Durante el desierto aprendes a depender de Dios plenamente, a reconocer que nadie te ama como él y puedes ver lo extraordinario de su poder. “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia.” (Oseas 2:19 RVR1960)
Llénate de gozo en medio del desierto, porque ahí Él hablará a tu corazón, es prueba de su amor. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:2-4 RVR1960)
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (LG)
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