Salmos 34:5-10 NTV: “Los que buscan su ayuda estarán radiantes de alegría; ninguna sombra de vergüenza les oscurecerá el rostro. En mi desesperación oré, y el Señor me escuchó; me salvó de todas mis dificultades. Pues el ángel del Señor es un guardián; rodea y defiende a todos los que le temen. Prueben y vean que el Señor es bueno; ¡qué alegría para los que se refugian en él! Teman al Señor, ustedes los de su pueblo santo, pues los que le temen tendrán todo lo que necesitan. Hasta los leones jóvenes y fuertes a veces pasan hambre, pero a los que confían en el Señor no les faltará ningún bien.”
Alabar a Dios siempre es la mejor decisión. Cuando aprendemos de la vida de David, somos constantemente retados a que, a pesar de cualquier circunstancia, nunca dejemos de exaltar a Dios por quien es él y por todo lo que hace.
Salmos 34 fue escrito bajo circunstancias complejas. David estaba huyendo para salvar su vida del sanguinario rey Saúl, en su desesperación tuvo que irse a la ciudad de sus enemigos los filisteos, a Gat, cuyo gobernante llamado Abimelech, lo odiaba por haber matado a su gran guerrero Goliat, lo que lo llevó a hacerse pasar por loco para poder disuadirlo de matarlo o entregarlo a Saúl, táctica que le resultó efectiva pues salvó su vida. Sin embargo, David no atribuye su victoria a su ingenio, sino al poder de Dios, dice: “En mi desesperación oré, y el Señor me escuchó; me salvó de todas mis dificultades”. Fue en su clamor que encontró el refugio adecuado, al gran Yo soy, quien lo libró del peligro de muerte, por eso proclama: “¡qué alegría para los que se refugian en él!”
Alabar a Dios en buenos momentos puede ser fácil, pero es en los momentos difíciles cuando la alabanza y la adoración cobra sentido, porque es cuándo entendemos que no debe basarse en las circunstancias o los sentimientos del momento, sino que debe nacer porque tenemos un entendimiento más alto, que no ve lo difícil de la situación sino quien es Él. Así como David llama al Señor en este pasaje: “JEHOVÁ”, que en hebreo significa, “el que existe en sí mismo, El Yo soy”, y que también hace referencia a su eternidad como el compuesto de “Él será, es, y fue”. David, estaba levantando el nombre de Dios, con la conciencia de que él estaba por encima de cualquier difícil circunstancia, en consecuencia, su confianza podía descansar en Jehová.
Alabar al Padre nos lleva a centrar nuestra esperanza en su bondad y misericordia. Al buscar la presencia de Dios podemos entregarle el control de nuestra vida y nuestros planes, para que Él transforme las circunstancias y no quedemos avergonzados. Hoy, el Señor nos invita a reflexionar, ¿cómo es nuestra actitud ante tiempos difíciles?, ¿decidimos alabar y adorar a Dios, o acudimos a la queja y a la autoconmiseración?
David sabía que su vida estaba en manos del Dios eterno y poderoso, por tanto dice: “los que confían en el Señor no les faltará ningún bien”. Él nos libera de todos nuestros temores. Cuando de nuestra boca sale alabanza en lugar de queja y murmuración, ¡somos fortalecidos para confiar en el Señor! Necesitamos acudir a la oración para que la palabra de Dios sea una realidad ante cualquier circunstancia, tenemos la promesa de que seremos escuchados, por eso dice: “En mi desesperación oré, y el Señor me escuchó”.
Cuando nos invadan esos pensamientos de desesperanza, amargura o tristeza, recordemos las palabras de David más adelante en el verso 19: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas nos librará Jehová”.
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