El Templo no es un Atajo

Marcos 11:15-19 TLA: “Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y empezó a sacar de allí a los que estaban vendiendo y comprando. Derribó las mesas de los que cambiaban dinero de otros países por dinero del templo, y también derribó los cajones de los que vendían palomas. Y Jesús no dejaba que nadie anduviera por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar a la gente y le dijo: «Dios dice en la Biblia: “Mi casa será llamada ‘Casa de oración para todos los pueblos’.” Pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones.» Cuando los sacerdotes principales y los maestros de la Ley escucharon a Jesús, empezaron a buscar la forma de matarlo. Y es que le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada por lo que enseñaba. Al llegar la noche, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad”.

Para entender este pasaje debemos empezar por el contexto: En Jerusalén, la capital de Israel quedaba el templo o Casa de Dios y allí el Arca del Pacto, donde se encontraba la presencia del Señor. En él se hacían los servicios eclesiásticos, los sacrificios y se iba a orar, allí se encontraban los sacerdotes y al sumo sacerdote, quien era el único apto para entrar al lugar santísimo; es decir, a la presencia del Señor. Allí también, llegaban peregrinos (judíos y gentiles) de todo el mundo para las celebraciones especiales como la pascua, los judíos debían pagar un impuesto por lo que era común que llevaran dinero, y si la moneda era extranjera, buscaban un cambista para convertirla en la moneda local; los creyentes debían llevar animales para el sacrificio, o podían comprarlos a las afueras del templo.

El templo era el lugar más sagrado para los judíos de la época, sin embrago y a pesar de ser un lugar de oración, se había desviado su propósito. La parte más exterior llamada el patio de los gentiles, pensado inicialmente en un espacio para la enseñanza de hombres y mujeres, ahora era un espacio usado por judíos y gentiles (creyentes y no creyentes de Jehová) para lucrarse del dinero de los peregrinos, explotados por las normas de la época.

El templo se había convertido en un mercado y un mercado corrupto, los creyentes eran tratados como clientes y el sacerdocio había perdido su razón de ser, pasando de mediadores entre Dios y los hombres a comerciantes de la fe, amparados en el deber ser y creyendo que el templo les permitía esconderse de sus pecados públicos y de la ira de Dios. Un escenario lejano al refugio espiritual para el que fue creado y donde era casi imposible experimentar la gracia de Dios. Pero además, por su cercanía al Monte de los Olivos, el templo era usado como camino de paso por aquellos que deseaban llegar a este mirador turístico y ver desde ahí toda Jerusalén, o simplemente conocer algo de este Monte por su riqueza histórica y religiosa.

La reacción de Jesús al ver esto no sólo reveló su autoridad como Mesías sino también el sentimiento de su Padre, irrespetado hasta lo sumo en el nombre de la fe. Lo que los judíos presenciaron fue la ira de Dios en contra de la religiosidad, pues a simple vista ellos hacían lo correcto y el templo funcionaba a la perfección, pero el Señor, que conocía sus corazones e intenciones más profundas, sabía que lejos de buscar agradarle habían perdido todo respeto y reverencia, jugaban con la fe, el amor y la obediencia de sus hijos.

Pero más grave aún usaban el templo como atajo para vivir una falsa santidad aparentando una piedad y devoción que no existía en sus corazones, usaban los atrios del templo para hacer lo que querían, pero se refugiaban en el templo para sentirse buenos y santos.

Cristo nos revela aquí el uso indebido de su templo en nuestras vidas como atajo a la santidad. Ir a una iglesia no nos hace santos y ni siquiera creyentes, si nuestras verdaderas intensiones no son agradar al Padre y respetar su autoridad con todo el corazón. Al templo no vamos para sentirnos buenos y comenzar la semana con un HECHO ESTÁ en apariencias. El templo está hecho para la adoración a Dios y para que quienes, a través de un encuentro con Cristo, puedan ser transformados y eso no se hace con atajos, pasando por sus atrios no lograremos conocer su corazón ni experimentar su gracia mucho menos salir distintos de ahí.

Pasar del mundo o de la incredulidad, del catolicismo o de cualquier otra religión a ser cristiano es mucho más que atravesar de vez en cuando una iglesia, la iglesia no puede ser el atajo para que nos sintamos salvos, santos, cristianos o si quiera hijos de Dios si en nuestro corazón no lo creemos.

Pasar por pasar por una iglesia sin entender el sentido del templo, la reverencia y a quien nos vamos a encontrar es religiosidad y fue lo que Cristo condenó cuando vino.

Jesús nos enseñó que jamás podremos usar el templo como atajo para llegar al monte, es decir, a la presencia de Dios si nuestro corazón no quiere agradarlo, si está lleno de apariencias que ante el mundo podemos disimular, pero no ante Él, el único que conoce lo que realmente hay en nuestro corazón. Nuestra relación con Cristo es más que ir al templo, es admirarlo y adorarlo a Él, su majestad y creación cada día para entonces llegar a su presencia con un conocimiento de a quien vamos a honrar sin atajos y por un solo camino, Jesucristo.

Devocionales Refúgiate en su Palabra   –  Casa de Refugio – (GV)

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