Isaías 6:1-8 RVR1960: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”.
En este pasaje vemos un tremendo contraste, en cómo Isaías inicialmente no se considera digno y teme por su vida cuando recibe la visión donde ve al Señor. Se siente indigno porque considera que lo que sale de su boca es inmundo. Sin embargo, uno de los ángeles pasa un carbón encendido sobre sus labios, precisamente en el lugar donde el mismo Isaías estaba reconociendo que estaba su falencia, adicional a eso, le quitó la culpa haciéndolo libre de su pecado, de tal forma que su actitud cambió, pasa de sentirse indigno a decirle al Señor: «aquí estoy, envíame a mí«; vemos un hombre que pasa de sentirse indigno a ser empoderado por Dios.
De igual forma ocurre hoy en día, muchas veces nos hemos sentido indignos de estar en la presencia de Dios a causa de nuestros errores, pero el mismo Señor que liberó, equipó y empoderó a Isaías, es el mismo Señor que hoy nos libra del pecado, nos quita la culpa, nos equipa con los dones del Espíritu Santo y nos empodera para que hagamos su voluntad, y seamos sus poderosos instrumentos.
Isaías mencionó que sus labios eran inmundos, pero El Señor fue más allá y no sólo lo libró de la inmundicia de su boca, sino también del pecado y la culpa, El Señor fue a la raíz de su problema porque él conoce la raíz de aquello que pretende impedir que estemos en su presencia.
No dejemos que nada, ni nadie nos desvíe de su presencia, sin importar las circunstancias, presentémonos delante de Él y veremos cómo nuestro Padre marcará el contraste de un corazón indigno a uno empoderado, equipado y libre, listo para cumplir su propósito.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio – JENM
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