Indudablemente la Unidad en Dios es el fin último de todas las cosas y el amor el medio para alcanzarla. Refiriéndose a los discípulos, en Juan 17:22 RVR60 el Señor Jesucristo dice al Padre: “La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”. La iglesia debe entender que esa gloria no es otra, que el amor de Dios en medio su pueblo.
Ahora, disfrutar del amor como característica del fruto del Espíritu Santo en medio de la congregación, implica ocuparse celosamente de mantener presente otra característica del fruto de la tercera persona de la deidad que nos habla de tranquilidad total y permanente: La Paz; pues Efesios 4:2-3 DHH claramente nos instruye respecto a su papel preminente en Unidad del cuerpo de Cristo, cuando manda: “Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor; procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos”
Sin embargo, si hay precisamente algo en lo que somos atacados constantemente es en nuestra serenidad, nuestra paz; el enemigo tiene claro que su arma más efectiva en contra de la Iglesia es la división, por eso incesantemente tienta al Cristiano a fin de romper la paz entre hermanos, es real que no cesa de caer piedras precisamente en aquel estanque cuyas aguas me cuesta mantener en calma, así es y así será por siempre; por eso el aislarme no es la opción, más si encontrar la fórmula que permita que las aguas turbias se normalicen pronto, que la paz retorne cada vez y con mayor rapidez a mi vida; y es allí donde toma fuerza el hábito de perdonar con prontitud, pues es la receta infalible para guardar la Unidad en medio del pueblo de Dios, lo que antes me tomaba meses reconciliar con el tiempo tome días, horas, minutos, segundos hasta que prácticamente de manera automática cada ofensa desaparezca por la gracia que hemos recibido del gran perdonador de todos los pecados: Jesucristo el Salvador.
Sin duda el mal hábito de darle larga a los sentimientos que roban la paz, es simplemente dejar de lado la oportunidad que tenemos para que la gloria de Dios se manifieste en nuestras vidas, haciendo florecer el amor y por ende la unidad. Sin perdón no hay amor y sin amor no hay Unidad. La silla de nuestro corazón no puede estar ocupada con rabia, soberbia, vanidad y orgullo; Dios es amor y es el único digno de sentarse en el trono de nuestro corazón, cuando esto sucede solo hay lugar para el perdón, siendo un agente pacificador de Dios, Mateo 5:9 RVR60 “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
Señor, permítenos a pesar de los dardos del enemigo, reencontrarnos pronto y a cada instante con tu paz, adereza nuestras vidas para que aquello que nos costaba tiempo reconciliar se manifieste en nosotros en cuestión de instantes, que sean diminutas fracciones de tiempo hasta el punto que dicho lapso se torne imperceptible, experimentando así tu continua y permanente paz; haznos Señor pacificadores de tu Reino, hacedores de paz primero contigo, luego con conmigo mismo y finalmente con mi entorno, para vivir en la Unidad que pagaste en la Cruz, esa unidad que proviene de ti a través del Amor y que nos indica que estamos por el camino indicado que conduce a tu reino, te lo rogamos Señor amén.
Devocionales Refúgiate en su Palabra – Casa de Refugio (FJCG)
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