“Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace.” (Santiago 1:25 RVR1960)
Tenemos varias verdades que deberían guiar nuestro obrar, como que Dios es nuestro Padre, como Padre nos ama, nos guía y encamina, para ello nos dejó un libro como manual de vida que nos da instrucciones para nuestro andar por este mundo. En toda la Biblia, podemos descubrir que seguir la Palabra de Dios, el consejo de Dios y obedecerlo nos traerá bendiciones más allá de lo que esperamos.
¿Hasta ahí todos entendemos y lo atesoramos en nuestro corazón, cierto? Pero cuando llega la hora de la verdad, de la prueba, donde debemos dar fruto de la obediencia y pasar por encima de lo que nuestra carne desea y lo que nuestra mente dice que es lo mejor empezamos a tambalear. Y es ahí donde todo se complica, nuestra relación con Dios se deteriora, las cosas no salen como pensamos y terminamos, frustrados, con una bendición más lejana y echándole la culpa a nuestro Padre por no cumplirla en nuestro tiempo.
Eso me hace recordar la niñez, cuando nuestros padres nos decían algo y no lo hacíamos a pesar de la instrucción y aunque sabíamos de antemano las consecuencias de no hacerlo, sin embargo, lo hacíamos. Pensábamos que ellos no tenían la razón y nosotros en nuestra inocencia si, o queríamos ejercer nuestra voluntad a costa de lo que fuera y a pesar de las consecuencias, y el 100% de las veces llorábamos por los efectos de nuestros actos, terminábamos perdidos en la frustración y esperando el consuelo de ellos para retomar el camino.
Así mismo, siento que sucede con nuestro Padre. Leer la Biblia es bueno, de sobremanera bueno, pero es mejor leerla, amarla y obedecerla para evitar perdernos en un camino errado y lleno de dificultades que no nos llevará sino a la frustración y a un retraso en el cumplimiento de nuestras promesas.
«Si me amáis, guardad mis mandamientos; Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:15)
Si lo amamos no solo debemos aparentar amar sus mandatos sino obedecerlos con la convicción de que es lo mejor, con la confianza puesta en la palabra y en nuestro Dios. Nuestro Dios que no es caprichoso, que nos da cada instrucción por una poderosa razón que no conocemos, pero que sin lugar a dudas es lo mejor para nosotros. Nuestra tarea es confiar y obedecer, confiar en que la fuente de la sabiduría dice lo que dice porque lo sabe todo y promete lo que promete porque lo puede cumplir. Confiar en su soberanía y dejarlo ser Dios, ser Padre y gobernarnos.
Tiempo de Hablar con Dios: Hoy le pido a Cristo Jesús que nos de la capacidad de ser no solo oidores de su palabra sino hacedores de la misma, que podamos amarla y apasionarnos por ella, que la leamos con sed de conocimiento divino, pero además con la convicción de que es verdad, todo en ella es verdad y tiene una razón de ser y además es perfecta. Así mismo, tener la capacidad de soltar nuestra voluntad y creer en la de nuestro Padre, en que es buena, Él es bueno, su palabra es buena y promete cosas buenas para los que la obedezcamos.
2021 El Año del Propósito de Dios – Casa de Refugio (GVO)
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