Daniel 4:28-32 RVR95: “Todo esto vino sobre el rey Nabucodonosor: Al cabo de doce meses, paseando por el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: “A ti se te dice, rey Nabucodonosor: “El reino te ha sido quitado; de entre los hombres te arrojarán, con las bestias del campo será tu habitación y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere.”
Cuando atravesamos situaciones en las que nos sentimos atacados o señalados por otros, estamos dispuestos a sacar toda la indumentaria de batalla espiritual para vencer y silenciar todo aquello que se levanta en nuestra contra. Pero ¿qué pasa cuando no aceptamos que el enemigo está dentro de nosotros? Ni ganas dan de levantar una mano en su contra, más bien nos rendimos con facilidad, hasta llegamos a dormir con nuestro enemigo, nos encanta su calorcito y nos sentimos muy cómodos en sus brazos.
El rey de la gran Babilonia, Nabucodonosor, tuvo que aprender una fuerte lección en su vida: la fuerza más destructora que existe no es la fuerza de un ejército enemigo sino la que surge desde el centro del corazón del hombre, esa fuerza hace caer al más grande y al más pequeño, al más rico y al más humilde, inclusive hizo caer al más hermoso y poderoso de los ángeles del cielo, el alimento más nutritivo para el ego: el Orgullo.
El ego se refiere a la manera en la que un individuo se percibe así mismo, y por otro lado, el orgullo hace referencia a la sensación que una persona experimenta después de alcanzar el éxito en lo personal o el de alguien más. Por esto, hoy meditamos en el ejemplo del rey Nabucodonosor, a tan sólo un año de haber sido advertido por Dios, su robustecido orgullo lo llevaría a su caída. Pero ¿será que estamos muy lejos de estas expresiones de altivez? Bueno, si pensamos que ha sido nuestro talento, nuestras capacidades y nuestros estudios los que nos han llevado lejos o los que nos tienen en el lugar donde estamos, quizás estemos andando el mismo camino. Inclusive, si hemos pensado que lo que creemos que somos es útil para Dios, porque nadie hace las cosas como nosotros, ¡nadie sirve con la misma excelencia que yo, me necesitan! Entonces estamos muy cerca de la caída. Muchos lo hemos pensado en algún momento, el problema no es que surjan estos sentimientos, es “normal” de nuestra naturaleza pecaminosa, el problema es convencernos de que son ciertos y actuar conforme a ellos.
Nuestro ego debe ser construido desde nuestra identidad en Cristo, como hijos redimidos por la superabundante gracia del Rey. Esta identidad va a alimentar nuestro orgullo, reconociendo que todo lo que somos y hacemos viene y va para el Señor, es por Su gloria y para Su gloria. La evidencia de un ego cimentado en la cruz es que el corazón rebosa de gratitud para Aquel que todo lo ha dado por amor, por eso el orgullo deja de tener una connotación negativa y pasa a ser algo positivo, porque si, somos orgullosos del Padre que tenemos, somos orgullosos de Su Hijo, nuestro Salvador y por tanto, alardeamos de lo que ha hecho y hace por nosotros, de Su palabra que es poder, de Su amor que es perfecto.
¡Prendamos nuestras alarmas! Tenemos un enemigo poderoso dentro de nosotros y necesitamos vencerlo, pisotearlo con el amor y la gracia de Jesucristo, HASTA QUE RECONOZCA que: no es que yo sea, es que EL ES EN MI y todo lo que soy, lo soy por El, por Jesús que murió por mí.
“Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.” (Romanos 12:3 NBLA)
2021 Año del Propósito de Dios – Casa de Refugio (KMR)
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