La invitación que el Señor Jesús nos hace hoy a sus hijos con esta parábola, así como lo hizo a los convidados, es a que seamos Humildes y dadores alegres a todo aquel que este necesitado.
Vivimos unos tiempos donde las exigencias sociales han llevado a una necesidad de reconocimiento, para satisfacer vacíos emocionales con poder, fama, adulación y admiración. Anhelos ocultos en muchos corazones, al punto de que, si no eres reconocido, no te sientes valioso e importante, estereotipos sociales de exigencias que solo llevan a la desolación.
Ser humilde implica saber que, la humildad no es sinónimo de humillación o menosprecio, al contrario, la humildad es un valor tan grande que nos lleva al reconocimiento de Dios como nuestro Creador, así mismo, a reconocer quiénes somos y cuál es nuestro propósito en esta tierra. La parábola del día de hoy nos recuerda, que cada uno de nosotros tiene un lugar en esta hermosa creación. No necesitamos vanagloria o exaltación para cumplir nuestro diseño, es importante sentirnos amados y valorados por Dios y los que nos aman en esta tierra. La falta de humildad es peligrosa porque te aleja del diseño de Dios y te hace sabio en tu propio entendimiento.
Esta es una enseñanza profunda al corazón de los hijos de Dios, a examinarnos, a resistir la carne y permitir que sea él quien nos haga visibles, no por nuestras obras, al contrario, por un corazón dispuesto a servirle con amor y por amor a Él.
Tener el valor de la humildad en nuestro corazón, nos lleva a reconocer que nos necesitamos los unos a los otros, y aquí viene la segunda invitación que el Señor Jesucristo nos hace hoy, a ser dadores alegres con los que necesitan de nuestro apoyo, lo que tiene una promesa de bienaventuranza, porque la recompensa no vendrá de hombres sino de Dios. Qué bello es él con sus enseñanzas, con las cuales nos quiere guardar el corazón de la vanagloria, porque la gloria y la exaltación es de él y para él.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (EA)
#MimetaesConstruir
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