Juan 9:6-9 RVR1960: “Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros: A él se parece. Él decía: Yo soy”.
En contexto, este pasaje se desarrolla cuando Jesús y sus discípulos van pasando y Él ve a un hombre ciego de nacimiento, ellos preguntan quién había pecado para que esto hubiera pasado, si el ciego o sus padres: a lo que responde Jesús que ni el ciego ni sus padres, Dios había permitido esta situación para hacer Su obra en la vida de ese hombre.
Con esto en mente, me quiero concentrar en nuestro Dios como un Generador de cosas extraordinarias a partir de cosas ordinarias.
Imaginemos la situación, según el evangelio, el hombre ciego no estaba buscando a Jesús, es más luego del versículo 10 le preguntan, quién lo había sanado y él responde que fue al hombre al que llaman Jesús, lo que denota que había oído de Él, pero nada más allá. Ahora, recreemos el momento del hombre ciego; siente la presencia de un grupo de hombres, luego escucha el movimiento de la tierra con la que Jesús hizo el barro que, posteriormente puso en sus ojos, imaginemos el acontecimiento, una persona que acaba de conocer le pone barro directamente en sus ojos, lo esparce, luego le pide que vaya y se lave, y se hace el milagro de forma inesperada.
Dios utilizó algo ordinario como el barro para hacer algo ¡extraordinario! ¿Cuántas veces esperamos en Dios un milagro, lo anhelamos y hasta imaginamos como un momento sublime y perfecto, con la alineación de todos los factores habidos y por haber?, cuando en realidad a Dios le interesa realizar Su obra en nuestras vidas, quizás en los momentos más ordinarios y de mayor dificultad, cuando no esperamos nada, o peor aún, cuando vemos que todo está perdido, ese es el momento donde Él quiere que permanezcamos en fe, porque el milagro está es allí, en su tiempo y no el nuestro, con sus formas y no con las nuestras.
Ahora, para que el milagro ocurra en nuestra vida debemos seguir tres pasos para lograrlo: 1. Encontrarnos con Jesús, como aconteció con este hombre; 2. Lavar nuestra impureza y nuestros pecados; y 3. Abrir los ojos a la nueva vida que Cristo preparó para nosotros y cumplir el propósito diseñado para cada uno de sus hijos.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (GJ) #MiMetaesSanar
Leave a Reply