Para Pablo Filipos era una Iglesia muy amada, no en vano, esta Carta ha sido llamada la Epístola del gozo, tal vez porque estaba dirigida a una población que le había dado mucho gozo a Pablo por su madurez espiritual. A diferencia de las demás epístolas escritas por Pablo, en esta Carta se denota un trato “especial” para con los creyentes de Filipos, señalándoles que los ama, los extraña y anhela verlos, diciéndoles que son “su gozo y corona”, en términos bien coloquiales, los creyentes de la Iglesia de Filipos “eran sus parceros”.
En ese contexto Pablo, consciente de lo que implica la vida cristiana, les hace una recomendación muy especial: los llama a la unidad y a ponerse de acuerdo en todo y concentrarse en anunciar la buena noticia (el evangelio).
El Apóstol, sabe que todos somos sujetos de las presiones de nuestra carne, de nuestro carácter, de nuestros temores, de nuestras perdidas, de la oposición del mundo … sabe que todos tenemos afugias individuales que si bien denotan nuestra debilidad humana, son precisamente sobre esas debilidades que Cristo tiene la victoria y así nos lo hace saber La Palabra.
Esto como preludio de lo que se venía en el Capítulo 2 cuando indica La Palabra inspirada por Espíritu Santo por medio de Pablo: “Haya, pues, en vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimo ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se que despojó así mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres y estando en la condición de hombre se humilló así mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2: 5-8 RVR1960).
En el último tiempo de mi vida he experimentado de mi Iglesia, Casa de Refugio, un sentir de unidad para conmigo realmente extraordinario e inmerecido. Un grupo en unidad y sé que en representación de muchos, me ha dado la mano en ponerme al día en asuntos que tenía pendiente de cerrar por cuenta de mi separación.
Experimenté que este grupo de amados hermanos y amigos dejaron de ser ellos mismos para hacerse mis manos, aun mi mente y mi determinación para tomar decisiones de ajuste en aspectos en los cuales me sentía impotente. Realmente sentí que la Iglesia salió de la estructura física y espiritual que también somos, para trasladarse a lo más íntimo de mi ser y ayudarme con amor a poner orden en aquello que simplemente yo no podía hacer. Sentí que cada uno de ellos dejaron de ser ellos mismos, para ser “un poquito de mi”, vi cómo eran un “súper cuerpo” humano que en Espíritu actuaba en un mismo sentir para mostrarme el amor de Cristo. Me cuestioné muchas veces: “¿Qué hacen todos estos en mí casa, haciendo lo que yo no he podido hacer?, cuando perfectamente podían estar en sus casas resolviendo sus asuntos o descansando de las preocupaciones que tienen en sus propias vidas”. Definitivamente conocí el concepto de unidad en su máxima expresión.
Entonces comprendí que este ejercicio inmerecido es el reflejo de la Unidad que como Cristianos debemos vivir, abriendo la puerta a la diferencia propia y del otro, sin que ello implique controversia, dando y recibiendo del otro con amor sin esperar contraprestación, renunciar con valentía a mi bienestar para darle un poco o todo de mí al bienestar del otro: ese es el verdadero evangelio.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio. (OLAM)
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