Indudablemente el mundo y sus formas es finito en entregarnos un entendimiento de lo que es el perdón humano, no así ocurre con el perdón que Dios nos ofrece de forma inmerecida y que solo es otorgado por Su gracia. Creemos que perdonar es hacerle un favor al ofensor, descontándole una pena que hubiera merecido si no se hubiera arrepentido, o en un caso más amable de nuestra parte, otorgarle una licencia de no cobrarle represalia alguna aun sin que el ofensor reconociera su deuda.
Bajo las dos premisas expuestas, el acto de perdonar supone una acción de condescendencia de nuestra parte, un sentimiento de indulgencia de parte de nuestra humanidad, casi un favor que le otorgamos al otro, con el ánimo de poner fin a una situación de conflicto.
Pero para Dios el perdón no es un sentimiento, sino un mandamiento y es un obsequio (Mateo 6:14-15 dice: “Porque si perdonas a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”.
Cuando retenemos el perdón en nuestro corazón, nuestra alma se hiere porque se niega a soltar el dolor y ojo por que el dolor es la cuña de un sentimiento que limita la gracia, como es la amargura. Hebreos 12:15 señala: “Cuídense unos a otros, para que ninguno de ustedes deje de recibir la gracia de Dios. Tengan cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos.” Permitir que crezcan raíces de amargura en nuestra vida a partir del dolor, hacen que no podamos disfrutar la plenitud de Cristo en nuestras vidas.
Solo el Espíritu Santo nos capacita para perdonar y volver a confiar. No importa cuál haya sido la ofensa ni cuán grande haya sido el dolor causado, Jesús derramó Su sangre en la cruz por ello. Luego, nada que podamos hacer por el otro al perdonarlo representa un acto que nos enaltezca ante Dios, pues el perdón que Él nos ha dado es anticipado, aun incluso al que no le hemos dado a nuestro prójimo.
Proverbios 10:12 dice: “que el odio despierta rencillas pero el amor, el amor cubre todas las faltas”, aun aquellas que son impensables de perdonar o de cubrir. Y por eso Dios en su infinito amor entregó su Tesoro más preciado para asegurar nuestra salvación y perdonar todos nuestros pecados. Porque es por cuenta de creer y pregonar este sacrificio en que a pesar de nuestros errores, somos justificados.
Por eso la invitación hermanos no solo es a perdonar todas las ofensas que nos pudieron causar nuestros otros hermanos, sino también a pedir perdón a Dios por haber retenido si quiera un segundo de nuestro perdón al otro y a alabar Su Santo Nombre porque su misericordia es excelsa con nosotros.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (OLAM)
#Mimetaesperdonar
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