Proverbios 14:34 RVR1960: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones.”
Hemos sido instados por la Sociedad Bíblica a que en el mes de marzo impactemos con nuestra oración al País, y sin tener que introducirme en un discurso de inconformismo político, social o económico, es claro que el principio de justicia es columna vertebral que soporta un estado de derecho como el nuestro.
Eso en el orden natural o en el del mundo, pero en el orden divino, la exigencia es aún mayor, porque no se trata la justicia únicamente en “equilibrar” al antojo humano la distribución de las riquezas (dar a cada cual lo que le corresponde), porque ¿quién es el mortal idóneo para señalar qué es lo que le corresponde o no a determinada persona?, o ¿cuál es la decisión política más equilibrada que permita satisfacer a los integrantes de un país con tan amplias diferencias sociales?, ¿cuál es la medida justa para cuantificar el valor de un ingreso mensual en un hogar?, ¿cuál es la sanción perfecta para aquel que cometió un delito y causó un perjuicio a otra persona que considera su perdida como incalculable?
Muchas cosas pueden, desde una perspectiva humana, exaltar a una nación. El poder militar, la prosperidad económica, el estatus entre las naciones, sus normas de vanguardia, su apoyo a otras naciones, la influencia cultural, la victoria deportiva o artística, todas estas cosas pueden hacer que alguna nación parezca exaltada. Sin embargo, al final, ningún de estos aspectos concuerda con la rectitud espiritual como una forma en que una nación es verdaderamente exaltada, si no hay justicia divina entre sus congéneres.
Se podría decir que lo más patriótico que un ciudadano puede hacer es arrepentirse de su pecado y luego recibir y perseguir la justicia de Dios en su vida. Es que piénsese, si desde el gobernante de cada nación, pasando por los directivos de los emporios económicos, los legisladores, los jueces, hasta el más normal de los ciudadanos confesaran en libertad sus pecados y se negaran a reincidir en ellos, cuanta restitución y justicia habría.
Cuando un pueblo se niega a buscar la justicia de Dios, en el orden por Él prescrito y en su lugar elige el pecado, o lo acepta o lo permite, trae reprensión para su nación, de una y otra manera. Es posible que tal vez para el resto del mundo habrá aceptación e incluso reconocimiento, pero apartados de Jesús esas glorias son inocuas (recordemos cuando Jesús no dijo que separados de mi nada podéis hacer Juan 15:5 b).
Por eso amados el llamado a es interceder por esta y todas las naciones para que Nuestro Mayor Intercesor se haga visible en Su justicia aun a pesar de la ceguera del mundo, oremos para que el velo de nuestros gobernantes sea quitado y puedan reconocerle y exaltarle, para que en la esperanza de la venida del Cristo se transformen corazones arrepentidos que anhelen la verdadera justicia.
Devocionales Refúgiate en su Palabra. Casa de Refugio (OLAM)
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