La Meta es Cristo
Filipenses 3:13-14 PDT: “Hermanos, no considero haber llegado ya a la meta, pero esto sí es lo que hago: me olvido del pasado y me esfuerzo por alcanzar lo que está adelante. Sigo hacia la meta para ganar el premio que Dios me ofreció cuando me llamó por medio de Jesucristo.”
 
La carta del apóstol Pablo a la iglesia de Filipo es un llamado a la unidad, a la perseverancia, el gozo y la gratitud. Su mensaje nos invita a autoevaluarnos para erradicar de nuestra vida cualquier cosa que nos aparte del supremo llamamiento. Utilizando una metáfora, Pablo equipara el cristianismo con una carrera y al creyente con un atleta.

En toda carrera hay una meta, un objetivo por el cual correr. El premio por correr es el supremo llamamiento de Dios, “lo que está adelante”: que es Cristo; para disfrutar de él, madurar al ver más de él y menos de nosotros, porque una vez nos encontramos con él, nunca somos iguales, somos transformados de gloria en gloria en su imagen (2 Corintios 3:18). Como atletas que corren cada día hacia este objetivo, lo mínimo que necesitamos para poder correr es disciplina para entrenar, para alimentarnos adecuadamente (espiritualmente), de tal forma que estemos en condiciones óptimas para correr y llegar a esa meta, porque aquí no se trata de participar, se trata de llegar para obtener el premio, y no hay meta sin disciplina.

Somos una obra de Dios en constante cambio. Es nuestra responsabilidad madurar en la fe y en el conocimiento de Jesús, mientras más le conocemos más cuestionamos nuestro andar, nuestro proceder, nuestro pensar e inclusive cómo reaccionamos ante diferentes circunstancias de la vida. Por tanto, si de avanzar se trata, nuestro avance es directamente proporcional a nuestro cambio; es decir, a mayor cambio, mayor avance, a menor cambio, menor avance; porque mientras más conocemos de Cristo somos impregnados de él por su Espíritu, por lo que él crece y nosotros menguamos. Eludir la responsabilidad de trabajar en generar cambios internos, de hábitos, autoevaluarnos y buscar la renovación de nuestra mente, viendo la palabra de Dios sólo para señalar el pecado de otro y no mi necesidad de ser transformado, me lleva a la religiosidad y esa práctica de delegarle todo a Dios, esperar que él haga todo y eso no es correr la carrera. Por eso escuchamos afirmaciones como: “Dios tiene que…, Dios debe…” responder mi oración, cambiar a…, espero que Dios me dé, ayuno para que Dios me dé, oro para que Dios haga, etc. Si en este año no tenemos más de Cristo, ¡no corrimos la carrera!

Ahora bien, siempre que hay avance algo debe quedar atrás, o siempre que queremos avanzar es necesario dejar algo, y dejarlo quiere decir: olvidarlo. Pablo nos da el consejo más sabio, practico, eficiente y saludable para la vida al decir: “Me olvido del pasado y me esfuerzo por alcanzar lo que está adelante”, y eso que está adelanto reitero, no es nada terrenal, es Cristo. Olvido el pasado, bueno o malo, de estancamiento o retroceso, OLVIDO, porque de lo contrario, más adelante esas añoranzas del pasado, de ciclos no cerrados pasaran a cobrarnos su factura procurando detenernos de llegar a la meta. Lo único que Pablo no olvidó fue la esencia de lo que Dios quería que él fuera e hiciera, aún estando en la cárcel no perdió su ENFOQUE, la clave para el avance.

No hay avance sin esfuerzo, todo atleta necesita disciplina para poder correr. Puestos los ojos en Jesús porque el conocimiento íntimo de él es nuestra meta, no corremos en vano, él dio su vida para que corramos hacia él. El año que viene va a estar cargado de retos para nuestra fe, seremos probados en nuestro amor, y todas las fuerzas del mal e internas, van a procurar desviarnos, estancarnos, desanimarnos, desenfocarnos, hacernos caer, lesionarnos; pero nuestra parte es esforzarnos, concentrados en las cosas de arriba y no en las terrenales (Colosenses 3: 2).

Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio, KM.

Leave a Reply

Your email address will not be published.