La palabra de Dios nos muestra una clara diferencia entre la tristeza que proviene del mundo y la tristeza que proviene de Dios, veamos la segunda carta a los Corintios en su capítulo 7 versículo 10 (RV1960) “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.”
Jesús nos enseña en Mateo7:20 que, “por sus frutos los conoceréis”, lo que podemos aplicar no sólo para las personas sino también para las situaciones. Los frutos que produzca una situación nos van a determinar qué tan bueno o no es aquello que nos está influenciando, en este caso, qué tipo de tristeza es la que estamos experimentando.
Para ilustrar esto de una mejor manera veamos dos personajes de la Biblia: Pedro y Judas. Ambos traicionaron al maestro, Judas lo entregó a los religiosos judíos y Pedro negó a Jesús. Ambos estuvieron tristes a causa de la misma traición hacia la misma persona, pero el desenlace fue totalmente diferente.
Judas fue presa del ataque de la tristeza del mundo, al darse cuenta que realmente había sido terrible lo que había hecho, al entregar a un inocente para ser condenado de manera injusta. Su decisión de quitarse la vida fue precipitada, podemos ver que literalmente el fruto de esa tristeza que experimentó Judas fue la muerte.
Hoy en día podemos experimentar esa tristeza, la cual genera en nosotros culpa, depresión, ansiedad, desesperación, factores que nos llevan a tomar decisiones equivocadas, quizás no tan radicales como el suicidio, pero si otras que nos pueden generar consecuencias desagradables. Muchas personas para mitigar la tristeza acuden a malas compañías, drogas, distracciones poco provechosas, se hacen daño físicamente, se enredan en malas relaciones personales o en malos negocios, y así la lista puede continuar. Todas estas reacciones no tienen que ver con el propósito de Dios ni sus estrategias, ya que el desenlace de estas características nos lleva a tomar decisiones que desbordan en consecuencias que, de una u otra manera, van a traer muerte a nuestra vida, ya sea física o espiritual, pero Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia.
Por otra parte, Pedro lloró amargamente cuando negó a Jesús, lo que nos lleva a concluir que estuvo triste por eso, pero su tristeza no lo llevó a quitarse la vida, sino que lo hizo volver a su antiguo oficio, pescador, quizás por el hecho de que no tenía a Jesús a su lado. Esta pausa en su verdadero llamado que era ser un apóstol del Señor, permitió que Jesús lo encontrará y lo restaurara.
Juan 21:7 nos dice: “Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar.”
Vemos la firme intención de Pedro de ir a encontrarse con Jesús y restablecer lo perdido, de dejar atrás su traición y regresar a donde su Maestro. Jesús hizo algo muy sanador, con una sencilla pregunta: ¿me amas? le mostró su perdón y restauración, porque aquel que le había negado tres veces, ahora podía decirle que lo amaba tres veces, Jesús reafirma su llamado al decirle: “apacienta mis ovejas”.
La tristeza según Dios nos abre la puerta al arrepentimiento genuino que nos lleva a reconocer el pecado, confesarlo primeramente y apartarnos de este. El verdadero arrepentimiento no es de dientes para afuera, no es un remordimiento pasajero, es un acto de libertad, que produce frutos, los cuales se ratifican con el tiempo al permanecer más cerca de Dios y alejados de aquel pecado que cometimos.
Es importante identificar ¿qué tipo de tristeza estamos experimentan?, si es la que lleva a muerte, acerquémonos confiadamente a Dios para buscar libertad, y si es la de Dios, que sea el arrepentimiento genuino en Su presencia el camino para nuestra libertad.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (JENM)
Leave a Reply