La Unidad del Cuerpo

1ra Corintios 12:12-13 NTV: “El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Entre nosotros hay algunos que son judíos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres. Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu.”

El Señor nos ha llamado a la unidad y es por eso que compara el cuerpo humano con el cuerpo de Cristo. Independientemente de la raza, país, profesión, oficio, Él nos escogió para ser suyos, el sacrificio de Cristo fue para llevarnos de las tinieblas a la luz admirable, para dar testimonio de Él y llevar las Buenas Nuevas de salvación. Para esta tarea El Señor no mira lo que mira el ojo humano, Él solamente ve un corazón dispuesto, personas con ganas de servirle, de buscarle, de honrarle y obedecerle. Sin embargo, el diseño del ser humano fue hecho por Dios para que fuera un ser social, que se relaciona. El Señor no nos creó para ser ermitaños, ni para ser islas apartadas, sino para formar parte de Su cuerpo.

Los siguientes versículos de 1ra de Corintios, del 14 al 17 nos dicen lo siguiente: “Así es, el cuerpo consta de muchas partes diferentes, no de una sola parte. Si el pie dijera: «No formo parte del cuerpo porque no soy mano», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: «No formo parte del cuerpo porque no soy ojo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? O si todo el cuerpo fuera oreja, ¿cómo podríamos oler?”

El Señor a través de su Santo Espíritu, repartió dones de tal manera que, unos complementamos las funciones de otros, para que juntos, unidos como el cuerpo que somos, nos ayudemos y podamos cumplir con el propósito que Dios tiene con cada uno. Cuando veas a tus hermanos, míralos como esos aliados del Reino de Dios para conquistar batallas, para llevar libertad a los cautivos, para ser reparadores de portillos, para ser instrumentos útiles en las manos del Señor, que seamos amables unos con otros, nunca devolviendo mal por mal, sin murmuraciones, sin divisiones, edificándonos. Nunca caigamos en la trampa de que, porque El Señor me usa de manera poderosa y activa en los dones que me dio, entonces yo no necesito de mis hermanos o, que soy más o menos que ellos. No dejemos que el orgullo, la vanagloria o en el caso contrario una baja autoestima, nos hagan perder la comunión con nuestra familia de la fe.

Sintámonos dichosos con lo que Dios nos ha dado, de los dones en los que Él nos lleva a movernos, crezcamos en la fe y anhelemos los mejores dones, todo esto con la finalidad no sólo de que crezcamos y maduremos individualmente, sino también para fortalecernos como cuerpo, UNIDOS, y así seremos más efectivos a la hora de servir a Dios porque la libertad que recibimos de Jesús fue dada para no vivir desenfrenadamente, tampoco para agredirnos, sino para amarnos y servirnos mutuamente usando los dones, recursos, capacidades y talentos que Él nos dio.

Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (JENM)

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