¿Cuántos de nosotros alguna vez nos hemos sentido «poquito» en algún área de nuestra vida? Sentimos que no hemos llegado a donde queríamos, buscando alcanzar estándares mundanos que nos presionan a ser excelentes profesionales, adinerados y exitosos, con cuerpos perfectos y a la moda, hijos bien educados y parejas bien portadas, andando en carros de lujo y casas tipo mansión. Cuando entramos a la familia de la fe, nos damos cuenta de lo que es realmente importante, por eso nos asaltan sentimientos de indignidad, cuando tenemos el deseos de servir, o simplemente ser llamados hijos de Dios ya es demasiado…, el Señor nos ha sacado de un foso tan profundo que, cuando nos han delegado algo “santo” no creemos ser los más idóneos para hacerlo.
Meditemos en una de las enseñanzas de nuestro Maestro que encontramos en el evangelio de Marcos capítulo 4, versículos 30 al 32 (TLA): “Jesús también dijo: «¿Con qué puede compararse el reino de Dios? ¿A qué se parece? Es como la semilla de mostaza que el campesino siembra en la tierra. A pesar de que es la más pequeña de todas las semillas del mundo, cuando crece llega a ser la más grande de las plantas del huerto. ¡Tiene ramas bien grandes, y hasta los pájaros pueden hacer nidos bajo su sombra!»”.
Es preciso recordar que al momento de crearnos, Dios nos delegó algo que sabía de antemano éramos capaces de llevar a cabo si permanecíamos aferrados a Su mano, porque no se trata de lo que somos, sino Quien va con nosotros… “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”, como dice en 2da de Corintios 4:18.
Dios ve ese grano de mostaza como lo que va a llegar a ser, la más grande de las plantas del huerto, la que protegerá inclusive a las aves y a todo el que busca su sombra. Una planta que por su imponencia, se asemeja a un árbol, cuyas raíces son fuertes y capaces de absorber todos los nutrientes del suelo, una planta que sana muchas dolencias y tiene mil usos. Es hermosa, pero su fortaleza está en la raíz, no en lo que refleja en su exterior. La semilla de mostaza se fortalece en su interior porque sabe que florecerá ¡en gran manera! y que necesitará más que un buen aspecto, hacer su proceso acorde con su llamado, un llamado inmenso y eterno.
La contaminación del mundo puede llegar a nublar nuestra visión sobre lo que realmente es importante, aquello que cultivamos de adentro hacía afuera para cumplir con ese maravilloso llamado que tenemos todos en la vida cristiana, el de ser sombra para otros, ser testimonio, el de sanar con el poder del Espíritu Santo que nos ha sido dado, impregnarnos con Sus enseñanzas para llevar adecuadamente la palabra de Dios, el de ser usados por el Rey del Universo. Por tanto, es importante no tener a Jesús solo en los labios y al mundo en el corazón.
Recordemos las palabras del Señor al profeta Samuel cuando lo envió a buscar el rey de Israel: “Pero Dios le dijo: «Samuel, no te fijes en su apariencia ni en su gran estatura. Este no es mi elegido. Yo no me fijo en las apariencias; yo me fijo en el corazón»”, (1ra Samuel 16:7 TLA).
A nuestro Dios no le interesa nuestra apariencia, le interesa nuestro interior, esa virtud que marca la diferencia y que logra un buen testimonio en nuestra vida, de que Su presencia TRANSFORMA y que esa pequeña semilla crece día a día, hasta convertirse en un árbol sano y frondoso que da sombra, y que al final logra cumplir el propósito para el que fue creado.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (GVO)
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