“Quien adiestra mis manos para la batalla, De manera que se doble el arco de bronce con mis brazos. Me diste asimismo el escudo de tu salvación, Y tu benignidad me ha engrandecido. Tú ensanchaste mis pasos debajo de mí, Y mis pies no han resbalado. Perseguiré a mis enemigos, y los destruiré, Y no volveré hasta acabarlos” 2 Samuel 22:35-38 RVR1960
Es la vida Cristiana una batalla permanente, la batalla de la fe, en la cual el enemigo constantemente asecha y enviste tras la nebulosa sombra del temor, sin la más mínima intención de dar tregua; razón por la cual llega un momento en nuestro peregrinaje terrenal en el que no podemos aplazar más nuestras batallas espirituales, ese cara a cara con los enemigos de nuestra alma, temporada definitiva en la que se manifiesta el resultado del entrenamiento de campo que hemos recibido por parte del Espíritu Santo.
Este cantico de liberación y gratitud de David, fue expresado el día que Jehová lo libró de la mano de todos sus enemigos, y de la mano de Saúl, contiene este capítulo una exaltación al Aquel que le salvó: “Envío desde lo alto y me tomó; Me sacó de las muchas aguas” 2 de Samuel 22:17. Así mismo, es un reconocimiento al exitoso “entrenamiento militar” que el Padre Celestial da a sus hijos. Es interesante cómo la Palabra de Dios señala, entre los diferentes significados, que las verdades que contienen las escrituras vienen a ser como saetas, de tal manera que esos proyectiles que se disparan desde un arco, tienen el poder de herir de muerte al enemigo y permitirnos disfrutar del descanso de la victoria.
Hermanos, cada uno de nosotros necesita ser adiestrado para la batalla, y ese adiestramiento no está en otro lugar sino en la Biblia, nuestro Señor por medio de su profunda revelación nos equipa y dirige para desenvolvernos en el campo de batalla de la fe, nuestro arco no solo debe acompañarnos cada momento, sino que debemos desarrollar la habilidad de manejarlo, saber cómo doblarlo, como disparar la saeta, con la potencia, la precisión y velocidad necesaria, a fin de que sea un arma mortal en contra de nuestros adversarios.
En el Salmo 18 versículo 34, tonada que cita literalmente el aparte 22:35 de 2 de Samuel: “Quien adiestra mis manos para la batalla, Para entesar con mis brazos el arco de bronce” se reitera que solo el Señor es quien puede verdaderamente instruirnos en el manejo adecuado de armas, de ataque y de defensa; aquella instrucción verídica e infalible está en su Palabra. Nos ha llegado el momento de dejar de huir de nuestros enemigos y enfrentarlos con arco templado, es decir con valor y determinación; es la hora de ser esos buenos soldados que afilan sus saetas y entienden que son su arma indestructible.
Un amigo jornalero, que trabajaba en la finca de mi padre, dedicaba un buen tiempo en la madrugada a sacar filo a cada una de sus herramientas, sentado en el pórtico de la casa repetía incontablemente los movimientos del azadón y el machete contra la piedra, a fin de que, según él: “agarraran un filo de barbera”; un día pude oír lo que susurraba mientras lo hacía: –Señor y Dios mío, Todo Poderoso; líbrame de culebras y animales ponzoñosos- tan pronto lo escuche, le pregunté el motivo de la plegaria, a lo que él respondió: -La herramienta se afila para someter al monte, y para acabar con cualquier enemigo que por el camino se atraviese- De nuevo la sabiduría del campesino me dio una lección, este valiente sabía que al salir al monte le esperaba una batalla con enemigos veloces y rapaces, por ello, jamás enfrentaba su destino diario sin las armas idóneas para proteger su vida e integridad, teniendo muy claro que no tendría piedad con ninguno de sus adversarios. Cuentan que fueron muchas las serpientes que descabezó el viejo Alonso con su afilado machete, fue un depredador de sus enemigos.
Iglesia, ¿Cómo estamos saliendo al campo de batalla diariamente? ¿Llevamos nuestras armas afiladas? Porque correr no será siempre la opción, es preciso despedazar nuestros adversarios espirituales y eso solo es posible mediante el correcto uso de la palabra de Dios, “Perseguiré a mis enemigos, y los destruiré, Y no volveré hasta acabarlos” 2 Samuel 22:38.
Señor, te damos gracias por permitirnos comprender que la Palabra de Dios escrita es cual piedra de afilar que va puliendo nuestras vidas, va sacando filo a nuestro actuar amoldándola a la forma que Él quiere darnos. Así mismo es tu palabra la saeta afilada capaz de herir sin remedio a quienes procuran nuestra muerte, ayúdanos Señor a ser atentos arqueros, diligentes, audaces, veloces y precisos, gracias por tu provisión y entrenamiento para gozar de la verdadera victoria que pagaste por nosotros en la cruz. Amen.
Devocionales Refúgiate en su Palabra – Casa de Refugio (FJCG)
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