“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.» (Efesios 1:3-4 RVR1960).
La santificación es una obra de la gracia de Dios, por medio de la cual somos completamente restablecidos a su imagen y puestos en capacidad de morir más y más al pecado y vivir piadosamente. Santificarse es apartarse del mundo y consagrarse por completo al Señor.
1ra de Corintios 6: 9-11 nos dice: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.”
Gracias a la obra Redentora de Jesús somos transformados y nuestro carácter es renovado. Somos llamados a permitir que sea él quien crezca en nosotros, lo que tiene una repercusión práctica en nuestra vida, porque cada vez morimos más al pecado. Es por la gracia de Dios que somos salvos, pero juntamente con nuestra justificación está también nuestra santificación, que nos motiva a obedecerle, a escuchar su voz atentamente y seguir su instrucción. La verdadera espiritualidad no consiste en lo externo, sino en aquello que afecta nuestro corazón y nuestro andar delante de Dios, no delante de los hombres.
La vida recta delante de Dios se proyecta de adentro hacia afuera, porque donde no hay un corazón recto no hay una vida justa, donde no hay una vida justa, no hay un corazón recto.
En Salmos 139 versos 23-24 leemos lo siguiente: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.”
Nuestro camino eterno es Jesús, recordemos que él afirmó de sí mismo ser El Camino, “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6). Obedecer a Jesús constituye la primera evidencia de que lo amamos y somos sus discípulos. Nuestra decisión de obedecer es la clave para comprender las realidades espirituales de las Escrituras y permitir que el Espíritu Santo nos enseñe. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7)
El apóstol Pablo nos dice en su primera carta a Timoteo: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” (1 Timoteo 2:5), y más adelante en el capítulo 6 versículo 12 nos da las siguientes palabras de aliento: “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.”
La reflexión en la palabra, nos lleva hoy a rogar al Padre para que transforme cada día más nuestro entendimiento y carácter, que su Espíritu examine nuestro corazón y nos santifique en Su presencia, que seamos motivados y guiados por su amor a tener una vida recta ante sus ojos. ¡Que así sea en el nombre de Jesús!
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (LG)
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