Hechos 10:9-19 LBLA: “Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar como a la hora sexta. Tuvo hambre y deseaba comer; pero mientras le preparaban algo de comer, le sobrevino un éxtasis; y vio* el cielo abierto y un objeto semejante a un gran lienzo que descendía, bajado a la tierra por las cuatro puntas; había en él toda clase de cuadrúpedos y reptiles de la tierra, y aves del cielo. Y oyó una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Mas Pedro dijo: De ninguna manera, Señor, porque yo jamás he comido nada impuro o inmundo. De nuevo, por segunda vez, llegó a él una voz: Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú impuro. Y esto sucedió tres veces, e inmediatamente el lienzo fue recogido al cielo. Mientras Pedro estaba perplejo pensando en lo que significaría la visión que había visto, he aquí, los hombres que habían sido enviados por Cornelio, después de haber preguntado por la casa de Simón, aparecieron a la puerta; y llamando, preguntaron si allí se hospedaba Simón, el que también se llamaba Pedro. Y mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan.”
El capítulo 10 del libro de Hechos nos muestra un fuerte contraste entre dos hombres, Cornelio y Pedro, cada uno completamente diferente en su forma de vida, en su tradición, formación, pensamiento y fe. Ambos ubicados en islas diferentes de un mismo mar.
En el mismo contraste, cada uno de nosotros puede estar en uno de ambos lados. Dos hombres de oración, que temían a Dios, dos hombres que escucharon la voz de Dios, pero la gran diferencia es que uno era realmente libre y el otro no, situación que determinó su respuesta delante de Dios. No obstante, se necesitaban el uno al otro.
Pedro, el discípulo de Jesús, tenía raíces legalistas que lo estaban atando espiritualmente, le era necesario entender y experimentar que en Cristo había un Nuevo Pacto del que eran dignos no sólo los judíos, sino también los gentiles, los samarios y todas las familias de la tierra, Dios lo quería libre para que pudiera cumplir su propósito y su libertad sólo era comprendida a través de su Redentor.
Todos los animales que estaban en aquello que era semejante a un gran lienzo, representan a la iglesia y el amor redentor de Dios que no hace acepción de personas, pero para Pedro también significa algo mucho más profundo, al igual que para nosotros hoy. Representaba una raíz, una atadura en su vida que no lo dejaba surgir y que hacía parte de él, de su sistema de creencias, de su tradición, de su forma de pensar por eso le cuesta entender cuando Dios le habla y responde con un rotundo NO, “de ninguna manera”.
Cuando somos confrontados con la verdad, generalmente nuestra respuesta no dista mucho de la de Pedro. Esa raíz de nuestra vida, que puede hacer parte de nosotros por años, nos obliga a responder NO, de ninguna manera. Esa raíz nos impide ver que aquel que ha sido indigno de nuestro perdón y amor, es amado por Dios porque también se pagó un precio por él, y así como hemos recibido gracia inmerecidamente, así debemos darla, de gracia recibimos y de gracia damos. Por eso no es necesario pensar, ¿quién o quienes están en nuestro lienzo?
La voluntad del Señor es que seamos verdaderamente libres, de lo contrario no podremos recibir la encomienda de parte de Dios que ya viene en camino, como Pedro estaba a horas de recibir a Cornelio en su casa. No podemos permitir que las ataduras nos mengüen y nos alejen de estar alineados en el propósito de Dios. Pedro fue finalmente libre, Dios tuvo que insistirle tres veces, a nosotros quizás nos ha insistido muchas más veces porque su Gracia es inmerecida e incomprensible.
Hay un punto de partida en esta historia, y es la búsqueda de Dios, de pasar tiempo para hablar con él, ponernos a cuentas y recibir respuesta, él nos dice: ¡mata y come! Ruego, porque matemos eso que hay en el lienzo y comamos de la verdad, la única que nos hace libres, Cristo.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (KM)
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