De la parábola del hijo prodigo se han hecho muchas enseñanzas, sin embargo, estos versos conmueven mi ser porque me ubico en ese lugar de hijo prodigo. Cuántas veces no desconocí la paternidad de Dios y divagué, erre, me lastimé e incluso, no sabía cuál era mi valor de hija.
Claramente desperdicie su herencia, como lo hizo el hijo prodigo, esa herencia de salvación en mi vida cuando no le conocía, malgaste la fortuna de mi padre. Al ser desobediente, le di la espalda a su regalo de salvación y paternidad, compañía, provisión; tantas cosas que hacen parte de la herencia que tenemos de nuestro Dios, que no hay un día que, como ese hijo prodigo, yo no venga a pedirle perdón a Dios por mis pecados.
Sé que Él se goza de ser mi Padre, pero sobre todo de mi reconocimiento a su paternidad. En mis inicios como cristiana no entendía mucho de esta herencia y paternidad; sin embargo, desde el día que lo entendí, nunca más volví a sentir la necesidad de irme de su lado y desperdiciar mi herencia de salvación, gracia, favor, compañía y mucho más que no tendría espacio para describirla.
Hoy confieso que me da pavor estar lejos de esa paternidad tan sublime y hermosa, dispuesta siempre para respaldarme, cuidarme, ayudarme, porque su paternidad es eterna, así como es Él, eterno.
Devocionales Refúgiate en su Palabra, Casa de Refugio, EA.
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