“¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Te deseo más que a cualquier cosa en la tierra. Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu, pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón; él es mío para siempre.” (Salmos 73:25-26 NTV)
Dicen que un buen tiempo de adoración debe ir de la mano con la lectura de salmos y de los evangelios. Al encontrarme con palabras como las del profeta Asaf le encuentro mucho sentido a este pensamiento, porque a pesar de cualquier circunstancia dura, difícil o victoriosa por la que tengamos que atravesar, nuestro retorno en la presencia de Dios tiene un solo sentido, reconocer que nuestra esperanza no pertenece a este mundo, sino que está en lo eterno y en el Eterno.
Sin embargo, más allá de comprender que tenemos una esperanza celestial, la declaración de Asaf nos recuerda que necesitamos ir mucho más allá de comprender esta verdad. Necesitamos apropiarnos de Aquel quien es nuestra esperanza y desearlo más que “cualquier cosa en la tierra”; entonces, ¿qué es lo que más deseamos en toda la tierra?, pues nuestro deseo por Dios debe estar por encima de eso, porque cualquier cosa que deseemos palidece a la luz de la sola presencia de Dios. El debe ser mi deseo terrenal más intenso, no un pensamiento o un amor platónico, es un amor para hoy que tengo que experimentar personalmente, con tal pasión que sea mayor que cualquier otro deseo que tenga en mi vida.
Experimentar el amor del Padre no puede ser nuestro deseo para un futuro, para lo celestial, para un momento de adoración, es un deseo para vivirlo hoy y constantemente como una realidad cotidiana, no como un amor imposible. Porque Jesús es el Camino y el Padre es el fin, nuestro destino más anhelado, por eso, aunque todo lo demás y nuestra propia salud nos falle, Su naturaleza nos dice que El no falla ni fallará, por tanto jamás seremos considerados como débiles porque aún en nuestra debilidad Su poder se manifiesta, toda nuestra fortaleza se sustenta en El.
Por último, dice el salmista con propiedad “El es mío para siempre”. Todo lo que podemos desear en la tierra, aún las personas, tienen un tiempo de caducidad. Las palabras al finalizar un matrimonio son: hasta que la muerte los separe, pero con Dios no es igual, ni siquiera la muerte invalidará sus votos para con sus hijos porque estaremos ausentes del cuerpo en la tierra, pero presentes en la eternidad a Su lado, disfrutando sólo de Su presencia porque El es nuestro para siempre y por siempre, así es el amor que Dios nos ofrece, pero depende de nosotros hacerlo NUESTRO para siempre.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (KMR)
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