No te Confíes
Proverbios 3:5-6 RVR1960: “Fíate de Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. 6 Reconócelo en tus caminos, y él enderezará tus veredas.”
 
Me encantan estos pasajes bíblicos que más allá de un mensaje claro de advertencia y promesa, nos habla del amor de Padre que advierte, guía, cuida, protege y recompensa. Habla de un Padre presente, que disciplina con amor y que se agrada de un hijo que confía y obedece.
 
Muchos hemos pasado por situaciones complejas en nuestros trabajos y en nuestra vida en general que creemos que podemos sobrellevar porque sabemos que nuestras capacidades nos permiten ejercer cierto control, depositando nuestra confianza en nuestras capacidades más que en la perfecta voluntad de Dios.
 
Esto me pasó en uno de los cargos con más responsabilidad que he tenido, secularmente hablando. En el desarrollo de un proyecto muy importante se presentaron una serie de inconvenientes consecutivos que en principio supe cómo sortear usando mis habilidades, conocimientos y experiencia en el área. Me acostumbré a “resolver chicharrones” y normalizar esta tendencia a tal punto de considerarlo parte del desarrollo normal de mis actividades, incluyendo estrés, trasnocho y un sobre esfuerzo innecesario. Lejos estaba de pedirle ayuda o dirección a Dios en ello porque mi orgullo me llevó a pensar que no lo necesitaba porque estaba haciendo lo correcto, hasta que sucedió un evento infortunado que se convirtió en una bola de nieve que trajo con ella todos los remiendos que había hecho antes para resolver los inconvenientes. Tan grave fue el asunto que el proyecto que consideraba mi bebé consentido, me lo quitaron y se lo entregaron a otra persona que no tenía ni idea de manejar la situación. Pasé de ser la líder del proceso a ser la consultora que hacía todo el trabajo que la otra persona no podía pero que si se atribuía como propio. Todo esto abrió la puerta a la amargura y con la amargura la enfermedad del alma y por supuesto del cuerpo, hasta que desesperada por fin consulté a Dios qué pasaba y que podía hacer al respecto y el Señor me recordó que no podía con todo sola, que necesitaba de él en todo, que reconocer que mi conocimiento y experiencia es limitada antes su sabiduría y que observar la situación a través de mi comunión con Él me hacía estar más consciente de su presencia en todo momento y que esa era mi única garantía de éxito. Eso restauró mi confianza.
 
Aprendí que mis habilidades no valen de nada si mi confianza está en ellas más que en la voluntad de Dios, que tenía que aprender a someterme a la autoridad que me había sido impuesta en ese proyecto y que mi corazón había estado por mucho tiempo en el lugar equivocado, anhelando permanente reconocimiento para satisfacer mi anhelo de suficiencia. Fue duro reconocer que en ese tiempo no busqué ni la aprobación ni mucho menos la dirección del Dios al que decía servir, si no que mi corazón prefería inclinarse ante mi propio juicio que a permanecer en el centro de su voluntad. Por su puesto fui procesada, y claro que fui restaurada. Mis veredas fueron enderezadas y en ese camino, varias almas también fueron tocadas.
 
Apoyarnos en nuestros conocimientos o habilidades puede ser peligroso cuando perdemos de vista que nuestro centro es Cristo, por eso la advertencia aquí es clara “NO TE CONFÍES EN TU PROPIO ENTENDIMIENTO”, así como también es claro que ser obedientes y buscar la dirección de Dios en todo nos prepara para la recompensa: bendición, integridad y restauración del corazón y la mente. Equivocarnos es válido, pero arrepentirnos y dejar que el Señor tome el control, será, sin duda, la mejor decisión
 
Devocionales Refúgiate en su Palabra, Casa de Refugio (DS)

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