“Tus manos me hicieron y me formaron; Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos. Los que te temen me verán, y se alegrarán, Porque en tu palabra he esperado. Conozco, oh, Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste. Sea ahora tu misericordia para consolarme, Conforme a lo que has dicho a tu siervo. Vengan a mí tus misericordias, para que viva, Porque tu ley es mi delicia. Sean avergonzados los soberbios, porque sin causa me han calumniado; Pero yo meditaré en tus mandamientos. Vuélvanse a mí los que te temen y conocen tus testimonios. Sea mi corazón íntegro en tus estatutos, Para que no sea yo avergonzado.” (Salmo 119:73-80 RVR1960)
Entre nuestra formación esplendida de la mano de Dios y el hacer de sus mandamientos lo mejor de nuestros hábitos, interviene un elemento crucial en nuestro proceso espiritual: “el hecho que el Señor nos permita entender,” piedra angular en nuestra vida en Dios, ya que es precisamente en esta parte del proceso donde interviene la mente humana, aquel instrumento del “intelecto” tan susceptible a la mala fe de aquellos que pretenden apartarnos del camino.
Pero eso no es lo más malo hermanos, la peor parte del cuento es que es precisamente nuestra mente la que en últimas, decide la senda por donde vamos a transcurrir, la ancha o la angosta, de allí la importancia en mantenerla impregnada siempre de los designios de Dios.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Filipenses 4:8 RVR95)
Considero que son incontables las formas que nos permiten mantener impregnada la mente de los designios de Dios y hacer de nosotros lo que Él quiere que seamos. Ahora, muy personalmente les confieso que trato en mis noches, previo a mi concepción del sueño, orar con vehemencia trayendo a mi mente las acciones del día que han honrado el nombre de Jesús exaltando cada buena acción con un ¡Gracias Señor por permitirme entender! Pero todo no es color de rosa hermanos, este mismo proceso lo empleo y con mayor intensidad en las situaciones donde he ofendido a Dios; recuerdo mis agravios y los reprocho con absoluta vehemencia repitiendo: “Perdóname Señor y hazme entender”, esperando con este ejercicio retirar los hábitos al margen de los designios del Señor, reemplazándolos por aquellos que le agradan, aquellos que se sustentan en su palabra contenida en las escrituras.
“Vengan a mí tus misericordias, para que viva, Porque tu ley es mi delicia…”
Quiero exhortarlos hermanos a que busquen con firmeza la manera particular de asimilar la palabra de Dios en sus vidas, la personalización de la forma que les permita entender y asimilar sus designios, lo que Él quiere de nosotros; las formas de lograrlo son incontables, tan distintas y particulares como cada una de nuestras vidas.
Devocionales Refúgiate en su Palabra Casa de Refugio (FJCG)
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