“Pero yo soy como un olivo que florece en la casa de Dios y siempre confiaré en su amor inagotable. Te alabaré para siempre, oh Dios, por lo que has hecho. Confiaré en tu buen nombre en presencia de tu pueblo fiel” (Salmos 52:8-9 NTV)
Un estudio sobre plantaciones de árboles en los desiertos de Israel, hecho por la Facultad de Agricultura de la Universidad Hebrea de Jerusalén, encontró que existen múltiples beneficios ambientales al plantar decenas de miles de árboles de olivo. Entre dichos beneficios están, que pueden prosperar en condiciones climáticas extremas, sirven de refugio para la vida silvestre, absorben grandes cantidades de CO2 y proporcionan una solución para la desertificación.
El olivo es uno de los símbolos más importantes en Israel. Representa la esperanza y la paz, recordemos que, al finalizar el diluvio, la paloma enviada por Noé trajo en su pico una hoja de olivo, lo que fue señal de que las aguas se habían retirado de la tierra (Génesis 8:11).
¿Qué podemos meditar de este pasaje hoy? En primer lugar, para poder ser un olivo de la casa de Dios necesitamos estar plantados en ella, sólo hasta que somos plantados empezamos a florecer.
La madera utilizada para la cruz del calvario era madera de un árbol de olivo. Entonces, plantados en la casa de Dios, sostenidos por la verdad y redención de la cruz es que podemos llevar fruto, no sólo como ramas independientes que permanecen fijas a Cristo, sino también como grupo, como iglesia, porque, aunque las ramas se esparcen por el árbol y cada una da fruto, un árbol no es árbol con sólo una de ellas.
Es decir, es el propósito de Dios que hagas parte de una iglesia local. Pero no basta con el hecho de participar de una reunión dominical, no basta sólo con escuchar las predicaciones y la alabanza, necesitas plantarte en la iglesia.
Ahora bien, y ¿para qué plantas un árbol? Para que arraigue, el propósito de arraigar es establecer, asentar, ponerte en un lugar para que quedes allí firme, en el lugar que debes estar para poder ser usado. En la casa de Dios hay espacio para que cada uno de nosotros encuentre un lugar para servir, crecer y florecer.
Plantados en la casa de Dios podemos disfrutar de su amor inagotable, para todos hay y sin escasez, todos como familia en Cristo podemos disfrutar de su amor, del amor de su casa por eso de nuestros labios brota la alabanza para su nombre, una alabanza para siempre, como dice David.
Cuando estamos plantados en la casa de Dios, somos hijos confiados en Su Nombre, y todos podemos ser testigos de Su grandeza porque florecemos en presencia del pueblo de Dios. Este es uno de los propósitos de la iglesia. Cuando la casa de Dios opera como debe, florece, crece, tiene éxito, se expande, ejerce influencia, abraza y es desafiante.
Somos como árboles de olivo en el desierto de este mundo, prosperamos a pesar de las circunstancias adversas, por ejemplo, a pesar de una pandemia… y hemos sido refugio no sólo para aquellos que han perdido la esperanza, sino también para el pueblo de Dios herido en batalla.
Finalmente, no somos la solución, pero si la conocemos. Tenemos la verdad de Cristo que es la salvación para la humanidad, somos el refugio para que el pecador pueda encontrar la redención y la solución para su pecado, solución que le brinda vida eterna. No fuimos creados para vivir fuera de la casa de Dios, fuimos creados para ser plantados, arraigados y florecer en ella, ese debe ser nuestro testimonio y nuestra mayor atracción para los que aún no hacen parte del extenso jardín de la casa de Dios.
KMR – Casa de Refugio
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