Promesa de Redención

Ezequiel 36 25- 27 NVI: “Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón y derramaré un espíritu nuevo entre ustedes; quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes y haré que sigan mis estatutos y obedezcan mis leyes.”

En el capítulo 36 del libro del profeta Ezequiel encontramos un reflejo del carácter de nuestro Señor, Justo pero lleno de misericordia. El pueblo de Israel había pecado insistente y descaradamente durante años, se habían alejado de Dios y levantado a otros dioses por encima de Él. Aun cuando Dios envío profetas para advertir sobre las consecuencias de su pecado, el pueblo había endurecido su corazón y cerrado sus oídos.

Ezequiel, un profeta levantado como atalaya entre los judíos, fue llevado cautivo a Babilonia junto con la nación de Judá, y en medio del cautiverio, el Señor ya revelaba su plan de restauración. Era el momento de la disciplina de Dios, su pueblo había pecado y por su justicia no podía pasar por alto el pecado ni ser permisivo con él, sin embargo, como la disciplina es una muestra de amor, les hace una promesa para transformarlos desde su interior.

Esta situación nos lleva a meditar en la misericordia infinita en el carácter de Dios. Él no nos da lo que nos merecemos por nuestro pecado, siempre su amor prevalece y nos da, no una, ni dos, sino las oportunidades necesarias hasta que seamos transformados.

Dios le prometió a Israel, a través de Ezequiel, una regeneración espiritual, como nos lo promete a cada uno de sus hijos cuando volvemos los ojos a Él. El profeta hablando guiado por el Espíritu Santo, confirmar que el pueblo de Dios sería recogido; como Cristo nos recoge y nos rescata del pecado, aún sin pedirlo ni merecerlo. También serían limpiados, como lo somos a través de la sangre de Cristo derramada en la Cruz, la cual nos permite llegar al Padre justificados, y una vez limpia nuestra casa interior poder recibir un corazón nuevo y Su Espíritu Santo. Es decir, que somos llevados a un nuevo nacimiento, como lo señaló Cristo en su diálogo extenso con Nicodemo, situación que encontramos en Juan 3:3, que dice: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”

También 2da Corintios 5:17 nos dice: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.» Dios no lo hace porque merezcamos ser rescatados, limpiados y ungidos, sino porque su Santo Nombre que es Justo y es Amor a la vez.

Luego, en Ezequiel 36:31 Dios dice: “Así se acordarán ustedes de su mala conducta y de sus acciones perversas; además, sentirán vergüenza por sus propias iniquidades y abominaciones”. La justicia de Dios testifica de la Gracia que ha sido derramada sobre todos, por eso somos movidos al verdadero arrepentimiento. No hay redención sin conciencia de nuestro pecado, no podemos ser salvados si no tenemos claro de qué somos salvos, tampoco podremos reconocer a nuestro Dios si no entendemos lo pequeños que somos y lo grande que es Él.

El arrepentimiento es la puerta que nos lleva a obtener un nuevo corazón y el Espíritu de Dios para Nacer de Nuevo. Hoy el Señor nos invita a abrir esa puerta, revestidos con humildad, y entregarle ese corazón cargado de dolores para ser restaurado por el Único que puede hacerlo.

Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (GVO)

#mimetaescomprender

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