Refiere el diccionario de la real academia española el termino cojear como: “Andar inclinando el cuerpo más a un lado que a otro, por no poder sentar con regularidad e igualdad los pies”. Y este gran pasaje de la Palabra nos evidencia como este hombre cojo, desde que nació estuvo inclinando su cuerpo más de un lado que del otro, y aunque ello no imposibilitaba trasladarse, pues la cojera limita la movilidad, pero no la impide, a este hombre lo ponían cada día en la puerta del templo La Hermosa para que pidiera limosna. Es decir, que no solo estaba inclinando su cuerpo hacia algún lado, si no que se valía de otros para que lo trasladaran para recibir limosna, sin entrar al templo.
El final de este pasaje muestra el maravilloso milagro que Dios le entregó a este hombre a través de Pedro y Juan, demostrando nuevamente que la misericordia de nuestro Padre Celestial es interminable para con sus hijos, incluso para aquellos que hemos cojeado en nuestra fe, que durante años no hemos conocido a profundidad cómo la Ley de Dios guía todos los comportamientos humanos, ni hemos entrado en intimidad insondable con El, en búsqueda de las verdaderas respuestas que nuestro corazón necesita, sino que nos hemos limitado a esperar que alguien nos traiga la bendición, nos lleve por el camino y nos entregue en forma finita lo que nuestra necesidad temporal atesora.
Y es aquí donde entra en escena el reconocimiento de la Gracia de Dios, pues El no solo nos da lo que nos corresponde, sino además lo que necesitamos, por eso a pesar que este hombre llevaba toda su vida limitado en su cuerpo, en su mente, pero principalmente en su espíritu, al estar siempre en la puerta de entrada a la Intimidad con Dios, y no intentar aún con sus limitaciones buscarle, El Padre Celestial le procuró las herramientas idóneas a través de Juan y Pedro para entregarle no solo el poder caminar firme, sino con ello permitirle entrar a disfrutar de Su Presencia en el templo.
Dice La Palabra: Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento, “se le afirmaron los pies y los tobillos”. Es decir, el Espíritu Santo cambió todo en un segundo, pero sobre todo le dio firmeza, permanencia y estabilidad.
Por obra del Espíritu Santo el hombre cojo recibió estabilidad inmediatamente, dejo de inclinar su mirada hacia un lado más que al otro y pudo centrar su cuerpo, pudo afirmar sus pies y seguir el camino que Dios tenía dispuesto para él.
Señor yo te doy gracias por esta Palabra de aliento, porque nos puede permitir renovar nuestro entendimiento, nuestras expectativas, cambiar nuestra perspectiva frente a lo que anhelamos en la vida. Sánanos de la cojera espiritual, sananos de nuestra rebeldía de querer recibir lo que nuestro corto entendimiento nos puede dar, de querer anhelar solo limosnas y llénanos de Tu sabiduría para comprender que tienes mejores cosas para nosotros, que tienes gozo y danza para tus hijos.
Permítenos renovar nuestros anhelos en unidad y conforme a Tu voluntad, cumplir los propósitos que tienes para nosotros, ayúdanos a entender que debemos esforzarnos (EN TI) para tomar tu mano, levantarnos y andar bajo cualquier circunstancia en gozo.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio. (OLAM)
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