Génesis 25:19-26: “Estos son los descendientes de Isaac hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac. Isaac tenía de cuarenta años cuando tomó por mujer a Rebeca, hija de Betuel arameo de Padan-aram, hermana de Labán, arameo. Isaac oró a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y Rebeca concibió. Pero como los hijos luchaban dentro de ella, Rebeca pensó: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y Jehová le respondió: «Dos naciones hay en tu seno, dos pueblos serán divididos desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor». Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, había gemelos en su vientre. El primero salió rubio; era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al talón de Esaú; y le pusieron por nombre Jacob. Isaac tenía sesenta años de edad cuando ella los dio a luz.”
En esta conocida historia tenemos el nacimiento de dos niños y a la vez de dos pueblos. Esaú y Jacob, quienes darían paso a los pueblos de Edom e Israel, respectivamente.
El Señor había dado la promesa de que el pueblo mayor, en este caso el que salió primero, el pueblo que representaba Esaú, es decir Edom, serviría al menor, es decir al pueblo de Israel, representado en Jacob. Ya la promesa estaba dada, y no por cualquiera, sino por Dios, quien honra su palabra y sus promesas, las cuales son sí y amén, dándonos una vez más ejemplo de cómo debemos honrar nuestras palabras y a la vez ser muy cuidadosos en usarlas para que podamos honrarlas.
Teniendo esta promesa asegurada, lo más inteligente es prestar atención a quien da esa promesa. Cuando recibimos un regalo y con alegría lo abrimos y quizás al verlo no sabemos cómo usarlo, al primero que le preguntamos es a quien nos lo dio, para ver cómo lo usamos, y para darle las gracias por esa dádiva recibida. Así también es con El Señor cuando nos da una promesa, debemos ser agradecidos con Él y consultar cuál es la mejor manera de recibir esa promesa para darle buen uso. Por ejemplo, el regalo más valioso que le dio El Señor a la humanidad fue la salvación a través de Jesús, es una promesa, pero para recibirla debemos aceptarlo por la fe, y esta estrategia fue dada por Dios, así también es con el resto de promesas que recibimos, son dadas por Dios, pero necesitamos sus estrategias darles el mejor uso.
En esa historia vemos que Jacob tenía puesta la mirada en la bendición, pero nunca en quien le dio esa bendición a él y a su pueblo, es que lo que se le estaba entregando a Jacob no era un regalo exclusivo para él, era una promesa para su pueblo también, se nota que no alcanzaba a dimensionar lo que estaba recibiendo de parte de Dios.
Jacob decide seguir sus propias estrategias de engaño teatral y así como él engañó, también en el transcurso de su vida fue engañado varias veces. No era necesario que usara esos medios para tomar la bendición, ya Dios se lo había prometido, más bien tenía que fijar su mirada en Dios, que le diera entendimiento de lo que estaba recibiendo y las estrategias para tomarlo y sobre todo administrarlo.
Así pasa hoy en día, Dios nos ha dado promesas, pero nos fijamos tanto en la bendición que nos olvidamos de aquel que nos dio esa bendición.
Nuestras propias estrategias, cuando están fuera de sintonía con Dios, lo único que hacen es que cometamos errores, que dudamos de Dios y su bendición, lo cual puede retrasarla o lamentablemente la podemos perder.
Las promesas de Dios para nuestra vida son SÍ y AMÉN, ya están dadas, y si no las conoces todavía, en la Biblia hay miles de ellas, y en la medida que nos conectemos más con Él, vamos a verlas y entenderlas, y si pedimos sus estrategias y las seguimos, entonces podremos tomar esas promesas y ser buenos mayordomos de ellas.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra – Casa de Refugio (JN)
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