El canto de Ana representa la exaltación a Dios por la respuesta a su clamor de tener un hijo, lo que en sí mismo es un testimonio enorme, hermoso y digno de ser reconocido, porque le concedió su deseo, porque no la dejó en vergüenza, porque dio testimonio de la soberanía y poder de nuestro Dios, no obstante, este canto representa muchísimo más: Samuel, el anhelado hijo de Ana, llegó en una época de mucho conflicto político y moral en Israel. El pueblo había estado sometido a los filisteos, el templo en Silo había sido profanado, el sacerdocio era corrupto e inmoral. La nación no tenía rey, era el tiempo del gobierno de los jueces. En este contexto se presenta una situación individual, aparece Ana, una mujer que anhelaba un hijo y le clamaba a Dios por él y Él escucho su oración y le concedió la petición de su corazón. Por supuesto el nacimiento de Samuel le trajo a Ana un gozo, una confianza, una plenitud que se expresan en su canto, pero sin saberlo, el nacimiento de su hijo trascendía a su núcleo familiar, este nacimiento anticipaba un tiempo diferente para toda la nación, uno por medio del cual Dios hizo avanzar Su plan de redención, uno que preparaba la entrada del Mesías a la historia terrenal.
Samuel como el Señor Jesús, fueron hijos de la promesa, ambos fueron dedicados a Dios antes de nacer, representaron un antes y un después para la historia de Israel, Samuel fue profeta y sacerdote, nuestro Señor Jesús fue profeta, sacerdote y además Rey. Que curioso resulta saber que el pueblo pedía un rey en la época de los jueces, entre tanto, Ana clamaba desesperadamente por un hijo y Dios le concedió a su hijo Samuel y a través de él comenzó a introducir Su trono en la historia, no solo de Su pueblo, sino de la humanidad.
Cuando pasamos por las aguas, por el fuego, por los valles de sombras de muerte, por angustias, por dolores, quebrantos, injusticias y toda clase de males que todos vivimos, en mayor o menor proporción, nuestro ánimo desfallece, nuestras fuerzas menguan y es apenas normal, pero que importante que, a pesar de nuestro estado, nuestra fe permanezca, que importante decir en medio de cualquier circunstancia: con todo te alabaré oh Jehová, con todo me alegraré en el Dios de mi salvación. Generalmente no conocemos el impacto de permanecer firmes en nuestra fe a pesar de nuestras emociones, de poner continuamente nuestros anhelos a los pies del Señor, de persistir en nuestros ruegos confiados que, en Su tiempo, el Señor nos responderá. El impacto de permanecer en el Señor a pesar de todo, no solo se reflejará en nuestra esfera personal o familiar, sino que puede girar el rumbo de lugares y generaciones.
Ahora, Ana no alabó al Señor cuando Dios le dio un hijo, Su canto no comenzó con la respuesta, Su victoria no se dio con el nacimiento de Samuel, comenzó con su quebrantamiento, cada rendición, cada clamor delante de nuestro Dios, fue parte de su canción, fue su alabanza escrita con lágrimas. Amados, el Señor nos invita a poner nuestros ojos en Él, aun cuando estén llenos de lágrimas, contemplemos Su poder aunque todo a nuestro alrededor parezca derrumbarse, refugiémonos en Su amor y en Su protección, cuando no podamos pronunciar siquiera una palabra en Su presencia, mañana nos amanecerá Cristo y seremos como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día sea perfecto, entonces podremos cantar: No hay santo como el SEÑOR; en verdad, no hay otro fuera de ti, ni hay roca como nuestro Dios.
Devocionales Refúgiate en Su palabra, Casa de Refugio.
#MiMetaEsAlabar
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