“Oh Señor, escucha mi clamor; dame la capacidad de discernir que me prometiste. Escucha mi oración; rescátame como lo prometiste. Que la alabanza fluya de mis labios, porque me has enseñado tus decretos. Que mi lengua cante de tu palabra, porque todos tus mandatos son correctos. Tiéndeme una mano de ayuda, porque opté por seguir tus mandamientos. Oh Señor, he anhelado que me rescates, y tus enseñanzas son mi deleite. Déjame vivir para que pueda alabarte, y que tus ordenanzas me ayuden. He andado descarriado como una oveja perdida; ven a buscarme, porque no me he olvidado de tus mandamientos.” (Salmos 119:169-176 RVR95)
Un filósofo y antropólogo alemán dando enseñanzas sobre la alimentación expresó lo siguiente: “el hombre es lo que come”, y aunque dicha frase viene de un ateo humanista, hablando en contra de la religión, mientras más camino por el sendero del cristianismo, encuentro mayor claridad en estas palabras que pensé eran un dicho popular, pero que aplican al peregrinaje del creyente en esta tierra.
En esta oportunidad, el salmista nos regala dos hermosas perlas para entender el propósito de nuestra vida: La Palabra de Dios y la Alabanza.
Sin duda, no era un momento fácil para el salmista, el simple hecho de clamar y no orar así lo refleja, es distinto decirle algo a alguien que decírselo con vehemencia, súplica y gran esfuerzo (clamar). Sin embargo, hay una necesidad que flota en todo el ambiente durante este clamor, y es la capacidad de discernir las promesas de Dios aún en tiempo de dificultad.
“dame la capacidad de discernir que me prometiste… y que tus ordenanzas me ayuden…”
Solamente, el ancla de la Palabra de Dios nos sostiene en tiempos de dificultad, y lo que nos debe preocupar, más que la respuesta a la misma necesidad que nos apremia, es recibir de parte de Dios, la capacidad de ver a través de su Palabra la promesa que tiene para nosotros en medio de tal tiempo. Pero, solamente, una mente que ha sido alimentada con la Palabra de Dios puede ser el terreno perfecto para que el Espíritu Santo lleve a cabo su trabajo para con nosotros: ¡hacernos recordar!
“Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26 RVR95)
La segunda constante en este clamor, es algo que realmente nos cuesta en tiempos de dificultad, es dar Alabanza a Dios, y sabes ¿por qué nos cuesta? Porque es un arma de guerra poderosa, que el enemigo odia y por eso es lo primero que nos quiere arrebatar. A través de las dudas y la opresión por la dificultad que nos rodea, siembra en nuestro corazón dudas del amor de Dios por nosotros, por tanto, dejamos de alabarle, y esa es la razón de nuestra vida.
Alabarle, es darle gloria por lo que El hace, por sus maravillas, es confesar sus obras, confesar Su Palabra en medio de cualquier circunstancia con cánticos. Por esto en medio del clamor del salmista, él quiere que algo no cese en su vida “que la alabanza fluya de sus labios… déjame vivir para que pueda alabarte”, sea porque me rescates, porque me salves de esta situación o no, que no pierda el norte de mi vida que es alabarte, el resto “que tus ordenanzas me ayuden…” si, al fin y al cabo, en Su Palabra hay poder y si Su Palabra lo dice, es verdad, por tanto, ¡será hecho! Amén.
KMR – Casa de Refugio
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