“Maravillosos son tus testimonios; por eso los ha guardado mi alma. La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los sencillos. Mi boca abrí y suspiré, porque deseaba tus mandamientos. Mírame y ten misericordia de mí, como acostumbras hacer con los que aman tu nombre. Ordena mis pasos con tu palabra y ninguna maldad se enseñoree de mí. Líbrame de la violencia de los hombres y aguradaré tus mandamientos. Haz que tu rostro resplandezca sobre tu siervo y enséñame tus estatutos. Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley.” (Salmos 119:129-131 RVR95)
Desde el día que conocemos a nuestro Señor, cuando con misericordia nos miró, llamó y limpió para ser parte de su familia, sabemos el rol que empieza a tener el conocimiento de su palabra. Inicialmente, nos acercamos con un poco de inseguridad e incomprensión, pero posteriormente, en nuestro caminar diario y aprendizaje regular y metódico, vamos descubriendo verdades espirituales y su luz empieza a iluminar nuestro pensamiento entenebrecido, empezamos a notar cambios en nuestro carácter y en nuestras relaciones y motivaciones.
Sin embargo, con el pasar del tiempo, a pesar de conocer conceptualmente el poder santificador de la palabra (junto al Espiritu Santo), vemos el acercarnos a la Palabra de Dios como un hábito más, como una disciplina o como algo que debemos hacer para cumplir con el estandar de lo que es ser un buen cristiano. Nos olvidamos de algo que la misma palabra expresa tan hermosamente en este pasaje y es el «desear o sentir deseo» por la palabra de Dios, por su ley, por sus mandatos.
Buscando rapidamente una definición sencilla, desear es “anhelar con vehemencia el cumplimiento de una voluntad o saciar un gusto”. Como sabemos, el desear algo hace parte de nuestra naturaleza y es uno de los impulsos más fuertes que motivan nuestra conducta. Cuando nuestro corazón siente deseo por algo, se pone en marcha y realiza diversas acciones para satisfacer sus anhelos.
Comprendiendo esto, vale la pena entonces meditar si en nuestro corazón existe ese deseo ferviente por la palabra de Dios, y lo más importante, por su cumplimiento y ejecución en nuestras vidas.
Seguramente, todos deseamos con ahinco el cumplimiento de sus promesas, ¿pero, deseamos de igual manera el cumplimiento de una vida ordenada según sus mandatos y su ley? ¿Deseamos la rectitud, integridad, el morir a nosotros mismos de la misma manera que deseamos Su misericordia, Su fidelidad y Su provisión? ¿Deseamos llevar todo pensamiento cautivo a la autoridad de Cristo de la misma manera en que deseamos que no de su autoridad?
Mis respuestas a cada una de estas preguntas me llevan a la siguiente oración: «Mi amado y santo Dios, renueva el deseo de mi corazón por tu palabra, enciende un fuego lleno de pasión por ver tu revelación y conocer más de ti, que arda mi corazón por conocer tu voluntad y cumplirla, te lo ruego en el nombre de tu hijo amado. Amén»
NGB – Casa de Refugio
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