Como mensaje principal en este salmo soy invitada a dirigir mi adoración hacia Dios, quien es el único digno de ella. Desde el principio, el salmista me recuerda que la verdadera adoración debe centrarse en Dios y no en las criaturas o la creación misma, es decir el mundo. Me alerta sobre la idolatría, destacando que los ídolos que hemos hechos los hombre son vanos. En lugar de mirar dichas obras, debo reconocer la majestuosidad de Dios, pues es Él quien gobierna sobre todo con Su poderosa voz, como lo dice el salmo en el versículo 4 “La voz del Señor resuena potente; la voz del Señor resuena majestuosa”.
El salmista concluye su cántico exaltando a Dios como el Rey soberano que vela por su pueblo. Su poder y gloria deben ser alabados no solo por las criaturas, sino también porque brinda Su protección y cuidado amoroso.
Después de entender esto y colocarlo en mi corazón, recordé todas las veces donde Dios no ha tenido el primer lugar en mi vida, por trabajo, por las personas que me rodean, por lo que me agobiaba o por preocupaciones de mi vida, pero es aquí donde debo escuchar esa voz que trae paz a mi vida en medio de la tormenta, esa voz que desciende como trueno y silencia la tempestad de alrededor, porque dice su palabra “Él calmará tus tormentas, porque Él las ha experimentado todas”. Él promete: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Por ello, soy llamada a alabarle y adorarle por quien es, por su soberanía, por su poder y por su majestuosidad que sobrepasa mi entendimiento, por reconocer que su trono está sobre esa tempestad y solo él puede traer la paz que necesita mi corazón.
Que Su poder y gloria sean mi fortaleza mientras le adoro, pues Dios, tuyo es el poder y la gloria.
Devocionales Refúgiate en Su Palabra, Casa de Refugio (MM)
Leave a Reply